Todos los 28 de diciembre de cada año desde hace dos mil largos se celebra el Día de los Inocentes, víctimas de una de las matanzas de Herodes de quien se dijo (el propio emperador Augusto según las anécdotas recogidas por el historiador Macrobio) que era mejor ser su cerdo que cualquiera de sus hijos, porque se cree que asesinó, al menos, a tres. Pero en realidad inocentes asesinados ha habido millones, seguramente miles de millones. Nadie ha calculado, que se sepa, una cifra global que represente cuántos inocentes —de los 108.000 millones de humanos que han poblado la Tierra desde la aparición de nuestra especie homo sapiens sapiens, como se ha escrito—, fueron asesinados sin más motivo que estorbar a algún poder tiránico.
Unas cuantas cifras nos darán una idea de la envergadura de las matanzas. Herodes sólo mató a unos pocos niños, unas centenas como máximo, según el relato de la Iglesia. Antes los faraones mataron a muchos más recién nacidos judíos y uno de ellos, Moisés, intermedió en la matanza de miles de primogénitos egipcios por orden de Yahvé. Eso lo asumimos por tradición cultural. Pero desde mucho antes y hasta nuestros días, las matanzas de inocentes se han sucedido. En El libro negro de la humanidad de Mathew White, cuyo título original se refiere a las "cosas horribles" perpetradas por seres humanos, se aportan algunas cantidades
Destaca el autor 100 multicidios con millones de personas asesinadas. Entre los cinco primeros, se encuentran los crímenes ordenados y causados por el comunismo chino y el soviético (sumados serían el segundo exterminio más letal de la historia). En el cuarto puesto están las hambrunas de la India Británica hasta el siglo XX y sumando el comercio de esclavos, islamista y cristiano, en Oriente Medio y el Atlántico, se obtendría un quinto lugar, tras el primer puesto indiscutido para la Segunda Guerra Mundial y el tercero para las aniquilaciones de Gengis Kan. Nada menos que más de 200 millones de muertos, la mayoría de ellos inocentes, entre los cinco primeros multicidios.
¿Importa algo ser inocente para evitar ser asesinado o destruido por las nuevas tiranías? Nada. Recordemos a ETA y sus crímenes. Por ello, me parece oportuno destacar cómo la inocencia es tratada de forma estremecedora por el nuevo neocomunismo populista al que contribuyeron Ernesto Naclau y su compañera Chantal Mouffé, cuyos libros han sido manuales de instrucción para todo el movimiento que representó en día Podemos, tras apropiarse, al estilo veterocomunista, de la protesta de los "indignados" del 15-M que nutrió las calles de España contras las "castas" políticas.
Pepe García Domínguez resumió sus tesis con claridad: "De hecho, en el lenguaje de Laclau, el populismo no es más que la sustitución de la vieja categoría central de Marx, la lucha de clases, por una heteróclita miríada de confrontaciones dispares e inconexas a priori, desde las relacionadas con el género, la orientación sexual o la ecología a las derivadas de identidades grupales varias, que enfrentarían a los de abajo, el pueblo, contra los de arriba, la casta".
En un reciente libro (noviembre de 2018) del también argentino Damián Selci titulado Teoría de la militancia. Organización y poder popular, se discute acerca de la inocencia del "pueblo", un ente fingidamente real, una sustancia política que es inocente porque al ser de verdad actúa como tal frente al origen de todos los males, la oligarquía, ellos, los malos, los parásitos. Todo se remonta a Rousseau: el pueblo rememora el "estado de naturaleza" donde nada faltaba y donde todo era inocencia. Esto es, en este maniqueísmo de tres al cuarto el pueblo es sustancialmente inocente. ¿O tampoco?
Pues en efecto, tampoco. En realidad, el pueblo del populismo comunista no es inocente porque sus demandas son a veces deplorables, como reprimir la delincuencia juvenil o comprar dólares para salvarse de la miseria. "Creyendo en la fascinante Inocencia del Pueblo, muchos analistas y políticos se inocentizaron a su vez y cayeron en la trampa de santificar demandas por el sólo hecho de "provenir del Pueblo", omitiendo el hecho crucial de que lo que el Pueblo quiere (en ocasiones) puede ser lo peor, lo que quiere la Oligarquía..." Y por eso gana la derecha liberal.
¿Qué es lo que queda? Queda lo único puro, la casta intelectual-populista que comprende e interpreta el libro sagrado de la Historia y que usa el populismo como arma de combate para su hegemonía total. No hay inocentes y todos pueden ser culpables y, por ello, ojo, eliminables. Ni Stalin ni Mao necesitaron tanta palabrería prochavista y kircheriana para sus multicidios. Pero resulta espeluznante cómo se dicta ahora el sacrificio en las nuevas sectas comunistas que se abalanzan sobre Iberoamérica. La fiesta de los Santos Inocentes va a seguir siendo necesaria durante mucho tiempo porque la lista de las víctimas no se ha cerrado todavía.