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Pedro de Tena

El miedo a España

El temor a la estatura de una España democrática, próspera y de valores sólidos existe en todo el Occidente que conocemos.

Si tenía alguna duda, la ha desvanecido la sentencia de la gran sala del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, esto es, Europa, la Unión Europea. No ha sido un solo magistrado, el español Luis López Guerra, por más que indigne a muchos, sino que han sido los 17 miembros que la componen por unanimidad. Utilizando un argumento formal, que el Tribunal Supremo español había alterado su jurisprudencia en 2006 endureciendo las penas con la doctrina Parot, ésta no podía ser aplicada a quienes habían sido encarcelados con anterioridad. Habría que ver si cualquiera de estos 17 miembros de la gran sala hubieran tenido agallas para defender eso mismo en cada uno de sus países ante historiales de asesinos como los etarras. Pero la víctima, la gran víctima de esta decisión eran España, su unidad y sus dolores. Desde hace mucho, hacer daño a España sale gratis a los expendedores europeos de leyenda negra y a los mercanchiles españoles que tienen en la cabeza una España débil para regocijo y negocio de quienes tienen miedo a España.

El temor a la estatura de una España democrática, próspera y de valores sólidos existe en todo el Occidente que conocemos. Mientras estuvo Franco vivo, no hacía falta reavivar ese miedo. Iba de suyo. Sembrado en siglos anteriores por quienes deseaban y, consiguieron, despojar a España de su riqueza y de su influencia moral usando peores métodos que los de la publicitada Inquisición, fue interiorizado por unos ilustrados maltratados y por una izquierda española que, atea de la democracia liberal, no supo nunca incluir los conceptos de clase y nación, ni siquiera después de la reveladora I Guerra Mundial que acabó con el sueño del "internacionalismo proletario" devorado ya por el comunismo ruso.

Después de muerta la vieja España con Franco, la nueva España democrática podía representar un nuevo peligro para unos enemigos que siempre jalearon a ETA y los nacionalismos. Cuando esa España enseñó su aún adolescente musculatura junto a Estados Unidos y la vieja Inglaterra mostrando lo que podría ser una nueva frontera atlántica, una "mano negra", aún impune, organizó el 11-M, hizo caer a un gobierno y no le importó asesinar a más de cien españoles.

Sí, claro, es una interpretación, si se quiere, una hipótesis. Como la de aquel Américo Castro que aún persiste en las jaculatorias anticristianas e irracionales de la izquierda republicana, en las maldiciones de los nacionalistas y la España helvetizada pero sin dinero de las tres culturas o del diálogo de las civilizaciones. Por fuera, el impedimento de la reconstrucción de una potencia española moderna y por dentro, la degeneración de sus partidos y dirigentes así como la prohibición no explícita de erigir una consistente identidad española vía educativa. Todo condena a España a la debilidad. Lo de Estrasburgo es sólo el último episodio. ¿Cómo es que los nacionalistas y sus sicarios tienen tanto poder en la Europa democrática como para obtener éxitos tan indignantes contra las víctimas españolas? Sencillamente porque hay poderes reales en nuestro Occidente que le tienen miedo a la España que podría surgir en la democracia global desde su historia, su lengua, su unidad y la aplicación de su creatividad a la economía, algo desconocido aún. Y más sencillamente todavía, están logrando, desde fuera y desde dentro, que esta España de la esperanza ni siquiera conciba defenderse.

NI la realidad histórica de España era real ni su enigma histórico puede seguir siéndolo. Los historiadores y la educación tienen el deber de devolvernos una España cabal y comprensible de la que podamos sentirnos orgullosos. En ello nos va una vida sin miedo.

En España

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