En la obra de Mary Shelley Frankenstein o el moderno Prometeo, el monstruo, una vez comprobada la muerte de su creador, salta sobre un trozo de hielo, un iceberg, y se pierde en la inmensidad helada, camino de una incineración voluntaria. Puede resultar curioso, pero una de las novelitas del nuevo ministro de Cultura de este Gobierno derivado de la solución Frankenstein de Pedro Sánchez se titula precisamente La parte escondida del iceberg. Nuestro monstruo Gobernoide, compuesto por restos extraídos de cadáveres ideológicos, de manipulaciones político-genéticas e incluso de implantes de origen espacial, es la parte visible de un iceberg, entidad gélida que, como es sabido, tiene escondidas sus nueve décimas partes. La visible, como el engendro de Henry Frankenstein, puede presentarse como atractiva e incluso producir en el ánimo cierto pasmo. El problema es su parte oculta, la que no se ve y, sin embargo, existe.
En realidad, Pedro Sánchez, de quien ha sorprendido su capacidad para el paciente camuflaje político, ya que no su voluntad de poder al precio que sea y con quienes sea, como reveló hace dos años, sólo tiene dos opciones. Una, gobernar al margen de las dos docenas largas de partidos que le han permitido acceder a la Presidencia del Gobierno. Dos, gobernar con ellos o con la mayor parte de ellos.
Si hace lo segundo, el carácter monstruoso de su Gobierno se adivinará a las primeras de cambio pero la parte escondida del iceberg tardará mucho en ser descubierta, si es que lo es alguna vez. Recuerden la foto del racista Torra en la manifestación de apoyo a Pedro Sánchez en la puerta de Ferraz cuando Susana Díaz lo estaba defenestrando. Eso no puede ser una casualidad, sino una apuesta clara del separatismo por el liderazgo de Pedro Sánchez, que, como la lógica elemental deduce, no es el enemigo para el independentismo. La patita ha tardado horas en sacarse. La primera negación de Pedro, con deslealtad, de paso, al constitucionalismo supuestamente compartido con PP y Ciudadanos, ha tardado bien poco.
¿Cómo es posible que un señor como Sánchez haya llegado a presidente del Gobierno apoyado por todos estos intereses, muchos de ellos antiespañoles, sin que se conozca ni uno solo de los compromisos que ha adquirido con sus socios? ¿Cómo es que no se exige que Pedro Sánchez descubra la parte escondida de su Gobernoide, sus cesiones, sus promesas, sus claudicaciones y sus protocolos secretos? Y repásese. El pérfido Rajoy, con 50 escaños más que Sánchez, consensuó con Rivera y el PSOE todo paso a dar en Cataluña. Pues Perico el Desinhibido ha tardado un pispás en traicionar el marco común.
Pero si hace lo primero y decide gobernar por decreto con 84 de 350 escaños, habrá consumado otra monstruosidad: la impostura. Precisamente al atrevimiento de quien trata de hacerse pasar por otro, que eso es un impostor, dedicó Bram Stoker, el autor de Drácula, todo un libro en el que afirma que Isabel I de Inglaterra era un tío. Dice de uno de los impostores que contempla: "Un aventurero, y especialmente un aventurero que sea también un impostor, debe ser oportunista, y un oportunista debe estar preparado para moverse en cualquier dirección en todo momento". De perpetrar el plan de gobernar durante un largo período de tiempo sin respetar nada de lo que acordó con quienes le auparon, es que logró convencerles de que era alguien que no era en realidad. Los engañó y nos engañó a todos, propósito de cualquier impostor que se precie. Para consuelo popular, casi todos los impostores lo pagan.
En cualquiera de los dos casos, hay una parte escondida del iceberg gobernoide que los españoles no podemos ni, presumiblemente, podremos nunca ver ni conocer. Democráticamente monstruoso. Claro que no será el primer socialista en aprovechar los caminos de la democracia formal para cargársela. Si le dejamos, claro.