"En el IX Congreso del Partido Comunista de España, realizado en abril de 1978, los revisionistas carrillistas declaraban que su partido ya no era un partido marxista-leninista, sino un 'partido marxista-democrático y revolucionario". "Considerar el leninismo como el marxismo de nuestro tiempo, declaró Carrillo, es algo inaceptable (...) Muy satisfecha por esta rápida y completa transformación de estos partidos en partidos de corte socialdemócrata, la propaganda burguesa pasó a denominar el año 1979, año del eurocomunismo". Por eso, Enver Hoxha, el tirano comunista de Tirana, podía concluir que el eurocomunismo no era comunismo, sino anticomunismo. Hacia 1979, Santiago Carrillo, en estos días otra vez de moda por nuevas revelaciones monstruosas acerca de su vida, quería fagocitar al liviano socialismo de Suresnes y constituirse en la auténtica socialdemocracia española. Tras las maniobras orquestales en la oscuridad que encumbraron al PSOE como única alternativa de gobierno, el eurocomunismo fue cayendo en desgracia hasta que ahora, finalmente, ha muerto. En su lugar está creciendo el latinocomunismo.
El propio Carrillo fue consciente de su deriva y se afilió al PSOE, a ese mismo PSOE que los latinocomunistas amamantados en las ubres de Fidel Castro, Evo Morales, Hugo Chávez y otros menores consideran caduco, corrupto y reaccionario. ¿Qué está ocurriendo aquí? Pues que Podemos, cuyas bases ya se están percatando de las premoniciones de Trotsky sobre la dictadura interna (congreso, comité central, comité ejecutivo, Stalin), ha elegido volver al pasado disfrazado de futuro. Su vuelta al antes del eurocomunismo que ha inspirado los últimos 30 años del comunismo español de la mano de la cada vez más confusa Izquierda Unida (roja, verde, violeta y, sobre todo, gris) les ha permitido alentar los sueños revolucionarios que estaban en el baúl de los recuerdos y representar una peculiar obra en la que los hijos se comen vivo a Saturno. Los líderes de Podemos cantan la Internacional comunista, se organizan a la manera leninista en un centralismo sin más y predican una intervención asfixiante de la vida privada y del dinero público hasta, se supone, el control total. En la Europa democrática, este modelo ya estaba totalmente desacreditado por lo que su inspiración ha tenido que latinizarse.
Europa ha dejado de ser la referencia geográfica del nuevo latinocomunismo, que, de este modo, regresa a un difuso internacionalismo, ya no proletario –entre los dirigentes de la lista de Pablo Iglesias no hay un solo obrero–, sino funcionarial y universitario. La Unión Europa, probablemente el espacio geohistórico donde se ha dado el mayor grado de libertad y bienestar de todos los tiempos, es un marco que estorba al latinocomunismo. Lo que aparece detrás de este inquietante movimiento aún sin fraguar son las dictaduras latinoamericanas y, no se olvide, el tufo estratégico de un islamocomunismo que procede de Irán (¿recuerdan las escenas de amor entre Hugo Chávez y los dirigentes de Irán?) y otros vecinos a los que conviene una Europa herida y desarbolada. Esta es la alianza que representa particularmente Pablo Iglesias: teóricas bolivarianas y cuentas iraníes. Por eso es preciso abandonar el euro y cargarse los edificios institucionales derivados de la larga marcha de la Europa cristiana a la Europa democrática. Y precisamente por ello le es preciso enterrar el eurocomunismo y su instrumento principal, Izquierda Unida. Del socialismo científico se pasa así al comunismo espectáculo, que nadie sabe a lo que sirve ni a quién.
Esto es lo inmediato, lo urgente, lo inexcusable. Después, si los ciudadanos españoles persisten en su voluntad de suicidio, vendrá el asalto final a una nación histórica. A muchos les da la risa, pero yo no me río.