Creía Marx que el fantasma que recorría Europa era el comunismo. Como en tantas otras cosas, se equivocó. El comunismo ha durado bien poco. Pero nos ha legado un fantasma peor que heredó de la Revolución Francesa. El verdadero fantasma que recorre Europa y el mundo casi entero es la demagogia, una mala arte de la política que se opone a cualquier pensamiento racional y a cualquier respeto a los ciudadanos. En España, la demagogia está adquiriendo la fisonomía de una epidemia política. La verdad, ¿para qué? La libertad, ¿para qué? Los hechos, peor para ellos. La ética de la convicción, anda ya. Sólo importan la conquista y la conservación del poder por los medios que sean. La tradición occidental de la relevancia de la observación de la realidad, la certificación de los hechos comprobados, la valoración de sus consecuencias y la construcción de proyectos para el bienestar del mayor número ha dado paso al barullo de la distracción de las multitudes y el infame cultivo de sus más bajos resortes sentimentales para imponerles fines ocultos y destinos ajenos.
Sabido es desde los clásicos que los demagogos expropian a los ciudadanos de su dignidad de parte esencial de la república y que corrompen sus corazones con halagos, espectáculos, regalos para compra de votos y demás instrumentos de degradación del gobierno. Pero ni el mismo Aristóteles habría imaginado un demagogo tan corrosivo como Pedro Sánchez. En nombre de la democracia, está manejando España y su futuro con menos del 25 por ciento de los escaños del Congreso. En nombre de la democracia, está utilizando los mecanismos de un Estado de Derecho para organizar una descomunal y gratuita campaña de propaganda electoral que le permita perpetuarse sin elecciones o con ellas. En nombre de la democracia, está embistiendo a sus adversarios internos del PSOE con cargos y dineros que pagamos todos los españoles. En nombre de la democracia, ha roto los consensos básicos de los partidos constitucionalistas, creíamos, que permitían contrarrestar el golpe de Estado del separatismo y, a la vez, está traicionando a sus socios de investidura, atrincherado en el decreto ley.
El demagogo Sánchez pretendió pasar por encima de sus propios actos y palabras en el caso de Màxim Huerta, pero le salió mal. Sin embargo, impone que su ministro Planas no está imputado aunque lo está a instancias del Tribunal Supremo, nada menos. La verdad no le importa. Los préstamos del Tesoro para pagar las pensiones eran perversos cuando los pedía el PP pero no lo son cuando los pide su Gobierno. ¿Y lo de los inmigrantes del barco Aquarius, o lo de las concertinas? Es vergonzoso. ¿Y lo de la Cruz de los Caídos y Franco mientras el gran responsable, junto con otros, claro, de la guerra civil, Largo Caballero, tiene estatua en la Castellana de Madrid? Pero no importa, porque sólo es relevante que lo que se diga o haga le mantengan en el poder sin tener mayoría para gobernar.
Ortega llamaba "borrachera demagógica" al paso previo al estrangulamiento de una civilización, algo sólo a la altura de los peores demagogos. La asfixia de una nación es más sencilla. Y añadía:
La demagogia esencial del demagogo está dentro de su mente y radica en su irresponsabilidad ante las ideas mismas que maneja y que él no ha creado, sino recibido de los verdaderos creadores. La demagogia es una forma de degeneración intelectual…
Lamentablemente, los españoles estamos viviendo bajo un Gobierno demagogo, una de las peores depravaciones de la democracia. Qué gran herencia nos ha dejado Rajoy. Dios se lo pague.