Para muchos es ya evidente que Casado, Pablo Casado, ha dado los primeros pasos para consumar un divorcio político de gran envergadura e imprevisibles consecuencias. Pero, ¿de qué y de quiénes quiere divorciarse el presidente del PP? Es de suponer, porque otra cosa sería ridícula, que el político entero y no pusilánime, el que ansía disponer del poder necesario para conseguir un fin, debe ser como el gran jugador de ajedrez, capaz de anticipar mentalmente muchas jugadas y respuestas posibles en su estrategia de victoria. Pero el juego de los escaques se agota con el triunfo o la derrota. En la política, el éxito electoral es siempre para hacer algo.
Lo primero que se viene a la cabeza es que Pablo Casado ha iniciado los trámites para divorciarse de sí mismo. Se erigió como referente moral y político de un centro derecha sitiado por una oligarquía interna que impedía la emergencia del talento, la integridad ética y la dignidad civil de una militancia de base considerada desde tiempo ha como una "mayoría natural" que pertenece por derecho al PP. Compitió para vencer a todo aquel aparato, en buena medida corrupto y políticamente inútil. De hecho, la campaña que se hizo en su contra desde los herederos del rajoyismo fue de las más sucias y miserables que se han conocido.
Fue Casado, y nadie más, quien decidió, tras su premio inesperado en las primarias, todos los cambios, todos los argumentos, todas las tácticas, todos los fines. Por ejemplo, el nombramiento de Cayetana Álvarez de Toledo fue su decisión contra la estructura oligárquica que ahora avanza de nuevo en el seno de los populares. Como antes, como siempre, para ascender por la escala de mando, vuelve a ser más necesaria la sumisión que la valía y el silencio que la libertad. Si ese nombramiento fue un error, fue su error. Lo que ha ocurrido es que Casado ha dado un paso firme en la dirección del divorcio del sí mismo que era antes de acceder a la presidencia del PP. Si quieres conocer a Fulanito, dale un mandito, se dice por el Sur.
Pero Casado además ha emprendido el proceso de su divorcio contra esa siempre incierta España cansada de estar gobernada por una pandilla de desalmados incapaces de entender, tras una terrible Guerra Civil, que la democracia en España sólo ha sido posible gracias a una Transición donde todos, menos los separatistas, fueron generosos, unos más y otros menos, y en la que se fijaron unas reglas de juego que todos se comprometieron – algunos artera y tramposamente -, a respetar bajo la bandera constitucional común.
Contra un anacrónico socialcomunismo que vuelve a las andadas republicanas y para el que el fin, el poder absoluto, justifica todos los medios, sólo se alza esta España constitucional, moderada y reformista crecientemente desmoralizada por la división interna, por las piruetas absurdas de sus dirigentes y por la indefensión de su personalidad nacional, sus libertades y su bienestar en cada vez más regiones de España. La pandemia del coronavirus ha demostrado con creces que algo huele a podrido en esta nación.
Frente a aquel PP que logró un poder inmenso con la mayoría más abrumadora de toda la historia reciente en 2011 y que no hizo absolutamente nada por dar voz, lealtad y presencia pública a esta España, Pablo Casado era la esperanza del renacimiento del valor, de la decencia, del talento y de la reforma interna de un partido infectado por la corrupción y la cobardía intelectual. Pero ahora va y aparece tramitando su divorcio de esta España atónita que lo esperaba precisamente en dos aspectos decisivos que le darían finalidad legítima a un triunfo político: que en su seno caben todos los valiosos y valientes en libertad y que es preciso que la España noble que ni mata, ni roba ni miente ni infringe las normas ni abjura de sí misma consiga respeto y reconocimiento.
Desde enero de este año, el PP ha subido, no bajado, en las encuestas. Veremos a partir de ahora que Casado despacha el divorcio de sí mismo. Si derruye los diques que impedían su desagüe hacia Vox, Ciudadanos y la abstención, pues sea. La España democrática, cabal y abierta no va a desaparecer ni a rendirse. Buscará otros cauces para defenderse del socialcomunismo sin escrúpulos y la contumaz oligarquía partidista que rige el centro derecha.
Porque ahora, dígame, señor Casado: Gobernar, ¿para qué?