Es una propuesta de nuevo sustantivo a la Republicana Academia de la Lengua, porque lo de "Real" alguien tendrá en mente eliminarlo. Digo yo y propongo. "Cazajote", abreviadamente. O cazallajote, si se desea alargar. Carajote relacionado con Cazalla, aunque no necesariamente nacido en Cazalla de la Sierra, Sierra Norte de Sevilla. En segunda acepción, que es la que preferimos, cazajote o cazallajote es un carajote que toma a Cazalla y al "cazalla" en vano. Es el caso de Pablo Iglesias, y en menor medida, de Carlos Bardem.
Sobre lo que es un carajote ya hemos aportado algunas precisiones. "Carajote", cuyo femenino es "carajota", aparece en Tesoro Léxico de las Hablas andaluzas, de Manuel Alvar, como sinónimo de tonto y bobalicón. En un Diccionario de modismos se equipara a carajaula y cantamañanas. Pérez-Reverte, gadita de vocación, lo empleó en una de sus "patentes de corso" para identificarlo con imbécil. Celdrán Gomáriz, en el Libro de los insultos, lo asimila a "carapijo tonto y bobo, carente de gracia” y "cierta malasombra". Hay más, pero vale con lo dicho para darnos una idea preliminar.
La cazalla, ese pésimo brandi que se hace en Cazalla de la Sierra, los viñedos que producen ese veneno se plantaron por negreros españoles para producir en abundancia un brebaje barato que trocar por esclavos en los puertos de África". Esto es lo que escribió Carlos Bardem en un libro de cuyo título no quiero acordarme y eso es lo que magnificó en un tuit Pablo Iglesias. Naturalmente, los negreros nunca plantaron nada porque los viñedos ya estaban y de allí fueron a América donde se hacen anisados notables. Esclavos sí que había, como en toda Europa y en todo el mundo mundial, hasta en los talleres de Velázquez y Murillo.
Como el alcalde de Cazalla de la Sierra, el socialista Sotero Martín ya ha respondido por carta a este menosprecio negando que fuesen negreros los que plantaron los viñedos, argumentando que si el anís o aguardiente de Cazalla (que se llama de "Casalla" hasta en la alicantina Monforte del Cid) fuera pésimo no habría durado en la memoria gustativa española tantos siglos, digamos por qué estos dos personajes, sobre todo Pablo Iglesias, son cazajotes o cazallajotes.
Pase que en lugar de brandy se escriba brandi, pero llamar de ese modo a un anís es de una ignorancia supina porque brandi o brandy designa, por razones legales de denominación de origen, al coñac elaborado fuera de Francia. Un aguardiente, sea andaluz o no, no tiene nada que ver con un brandi. Incluso vino se le pudo llamar, como hizo Juan de Aviñón en 1418, pero jamás brandi. Sánchez Dragó sólo precisó que podía tomarse un "cazalla" servido en copa de coñac. Eso es todo. Pero, claro, los hechos nunca les han importado a los marxistas leninistas.
Ni siquiera le llamo por eso cazajotes o cazallajotes. Tiene derecho Carlos Bardem a que su personaje negrero, andaluz, vaya por Dios, afirme que el "cazalla" es un veneno. Debería haberse documentado mejor, eso sí. Ya en España, Mi patria (1923), el gerundense José Dalmau afirmaba que era "acreditadísima" la fabricación del aguardiente de Cazalla de la Sierra. Y referencias a su existencia y a su calidad las hay a cientos.
Por ejemplo, Camilo José Cela, en varias de sus obras. Guillermo Carnero, en un poema de los “novísimos”. Caballero Bonald, que lo conocía bien. Y Blasco Ibáñez, en La Bodega. También Arturo Barea, en En el centro de la pista. Cervantes, que cobraba impuestos por allí, en varias obras -en El Licenciado Vidriera, por ejemplo-. Chaves Nogales recuerda a un apoderado de Belmonte, que tenía un amigo muy amigo del “cazalla”.
Hasta en El mono azul, hoja semanal de la alianza de los intelectuales antifascistas para defensa de la cultura, se cita al “cazalla” y para bien. Galdós distingue muy bien entre brandy y “cazalla” y entre éste y el “chinchón”. No se me olvide Juan Eslava Galán. Miren García Lorca:
Entonces La Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende.
Y Góngora:
…gran trato con Marcelino / en Cazalla y en Jerez, / de donde cargas tal vez / seis mil botijas de vino”,
vino que aparece en las Leyes de Indias. Jardiel Poncela lo hizo bebida de reyes. Ruiz Zafón habla de la voz de “cazalla”, ronca por el anís y Lope de Vega menciona las tragadas de cazalla. Néstor Luján y el Marqués de Tamarón lo subrayan. Y Carmen Martín Gaite. Y Luis Martín Santos. Y así podríamos seguir sin encontrar a nadie que lo relacionara con el veneno.
Podrían haber acusado a Cazalla de la Sierra, ya que son republicanos, de haber sido residencia de verano y paso de reyes desde Alfonso onceno. Podrían haber destacado su importancia herética, su cocina de berros y setas, su chocolate, su emplazamiento cartujano. Incluso haber citado la venenosa corrupción introducida por el PSOE desde 1982 que ha llegado hasta el caso ERE. Pero no, dale mandanga con su aguardiente para relacionarlo con la esclavitud, que ese es el caso, y el veneno.
Ahora bien, que un vicepresidente del Gobierno de España, del que Dios nos libre en buena hora, pueda ignorar que, cuando se está sentado en el Consejo de Ministros, cualquier alusión tiene repercusiones que pueden ser negativas para centenares, miles o millones de españoles, es de traca. Que un vicepresidente haya desencadenado la identificación del “cazalla” con el veneno es un ataque gratuito a una industria legendaria.
Por eso, junto a Bardem en menor grado porque lo suyo va de novela, Iglesias puede ser considerado un cazajote o cazallajote al que añade una nota definitiva: el que hace daño de forma gratuita a una persona, ciudad, producto o industria sin darse cuenta siquiera del perjuicio que causa, esto, es carajote y frívolo. De persona non grata a perpetuidad, vamos.