Me recomendaron hace unos días el nuevo libro, todavía caliente, de la periodista visueña (de El Viso del Alcor, Sevilla) Cristina Martín Jiménez que se presenta a sí misma como experta en las andanzas del Club Bilderberg. Lo primero que me sorprendió fue que la editorial que lo publicaba era Martínez Roca (o sea, Planeta), del grupo de las consideradas serias. Lo segundo fueron los hechos principales en los que hacía descansar sus tesis sobre la gran conspiración internacional de élites sin escrúpulos que quieren dar paso a un Gobierno mundial con menoscabo de la libertad. Por cierto, me esmeré en comprobar los principales datos que aporta y, en efecto, todos son verídicos y verificables, desde el Informe Kissinger (Memorándum 200) de 1975 a las conferencias "anticipatorias" de Bill Gates.
Recordé entonces algunas anotaciones que hice hace años sobre la obsesión con la disminución de la población en el planeta que manifestaban personalidades muy diversas. Me sorprendió en su día la del consorte Felipe de Edimburgo, quien llegó a decir que le gustaría reencarnarse en un virus capaz de matar a los millones de seres humanos que según él sobran. Lo mismo pensaba Bertrand Russell, que seguía la senda del viejo Malthus. El propio Gates dijo en su conferencia que la sobrepoblación es uno de los problemas para la salud del medio ambiente y demás factores de estabilidad social.
Lo tercero que el sábado, en El Mundo, una doctora china, Li- Meng Yan, especialista en virus e infecciones de un laboratorio vinculado a la OMS de Hong-Kong, ahora exiliada en Estados Unidos, decía rotundamente: "Lo que le puedo decir es que el mercado de Wuhan no es el origen del brote ni un animal salvaje el huésped intermedio. La covid-19 no procede de la naturaleza". Se transmite de humano a humano y se sabe desde el principio, confirmaba. O sea, ni murciélagos ni otros portadores. Artificial, vamos, fabricado.
Como es costumbre, también es la mía, la tentación principal ante tal sucesión de alusiones y argumentos es la de motejar de "conspiranoica" toda explicación que suponga la presencia entre nosotros de una o varias maquinarias de intoxicación informativa –y a veces de otro tipo, como parece– que pretenda conducir al mundo al sueño totalitario, comunista o no, de un Gobierno único planetario. Nada mejor que una pandemia de un virus desconocido que no conoce fronteras, ni legislaciones ni instituciones democráticas o no para que la idea de un Gobierno mundial se abra paso como la manera lógica de responder al desafío.
Pero en esta ocasión he superado la tentación, tal vez porque en estos días pasados he estado investigando las andanzas de una agente soviética española, la ceutí África de las Heras, que llegó a ser coronela del KGB. En la sombra siempre, participó en las sangrientas checas de Barcelona en 1936-37, en el asesinato de Trotsky y en innumerables operaciones, la mayoría desconocidas porque Rusia no desclasifica documento alguno de su pasado como URSS. Hasta llegó a casarse dos veces por orden del "Centro"(KGB) para montar redes de espías en Iberoamérica.
Quiero decir que las conspiraciones han existido siempre y que los grupos que detentan la información, el poder militar, económico y político, con sus servicios secretos correspondientes, no tienen más remedio que urdirlas si quieren que sus poderes se perpetúen en el tiempo. Por tanto, he de concluir que no ser conspiranoico es ser ingenuo o ser idiota. Otra cosa es que podamos llegar a saber qué conspiraciones hay en marcha, de qué grupos de poder y cuál es su carácter, intenciones y finalidades.
Lo que sí sé es que me resulta imposible deslindar qué es y qué no es verdad en este tráfico de ocultaciones, falsedades, intereses inconfesos y palabrería. Los ciudadanos indefensos –el gran escritor uruguayo Felisberto Hernández se casó con la agente soviética española sin sospechar que se casaba con el KGB– deberíamos pensar en algún arma y en algún método de verificación de hechos para defendernos de las mentiras organizadas y la manipulación. Pero ¿qué, quiénes libre de sospecha y cómo?