Viene el año 2015 a Andalucía, la región más maltratada de España (por sus señoritos y aristócratas, por los sucesivos gobiernos desde hace más de un siglo que la sacrificaron en pro del Norte, por Franco que hizo lo mismo y por un negligente y corrupto PSOE desde hace 33 y en ese orden) y, como si viviéramos siempre el mismo "año de la marmota", seguiremos estando diez puntos por encima de España en porcentaje de parados, estaremos a la cola del PIB, de la renta disponible y de la educación y seremos últimos o penúltimos en los indicadores de bienestar básicos. Fíjense en lo que decía El País hace casi veinticinco años: "Andalucía está a punto de cumplir nueve años como comunidad autónoma con los mismos problemas que sirvieron de argumentos para las ya lejanas elecciones de mayo de 1979: un desempleo casi 10 puntos por encima de la media nacional y una infraestructura de servicios públicos y comunicaciones con niveles más bajos que el conjunto del país. Esta situación se mantiene pese a que la economía andaluza ha crecido más que la media de España en los últimos años. Es también la comunidad que maneja un presupuesto mayor: casi 800.000 millones de pesetas este año.
En todo ese tiempo gobernó siempre el PSOE, que jamás ha tenido que dar cuentas de su fracaso histórico arropado por un electorado subyugado por el sentimentalismo y la ceguera. El economista Manuel Martín se preguntaba hace poco tiempo: "¿Cómo después de 30 años de generosas ayudas de la UE y de otras regiones españolas Andalucía sigue en el furgón de cola? ¿Qué se ha hecho mal para que en este tiempo se haya multiplicado por cuatro el número de parados y para que uno de cada cuatro parados españoles sea andaluz? Es dando respuesta a estas preguntas como debería comenzarse a hacer frente al ridículo sambenito de la indolencia andaluza, que dura ya más de dos siglos".
Pero reducir el problema andaluz a una mala gestión de la democracia puede ser engañoso. El PSOE lo ha hecho mal, cierto, pero no es menos cierto que el atraso andaluz viene de lejos. Si combinamos el Índice de Desarrollo Humano y el Í�ndice de Renta per Cápita en un nuevo Í�ndice Fásico de Calidad de Vida (propuesto por los profesores Escudero y Simón, de la Universidad de Alicante) concluimos que la inferioridad andaluza data de 1900 y en que en todo este tiempo apenas ha sufrido variaciones significativas. En esta tragedia la acompañan siempre Extremadura, casi toda Castilla la Mancha y Murcia. Todo un gran Sur de España, territorio rico y estratégico por excelencia, frontera de Á�frica y puerta de América, que, marginado desde el siglo XIX para proteger los intereses textiles y metalúrgicos del Norte, ha llegado a asumir esta subordinación como algo relativo a su esencia moral. Y llega 2015, y como en la célebre película Atrapado en el tiempo, volveremos a vivir otro "año de la marmota" y luego otro y otro y otro.
Hablando con mi hijo hace unos días, me sugería la posibilidad del voto a Podemos con el fin de reventarlo todo y reconstruirlo después sobre nuevas bases. No, no es de risa. Con más de un millón de parados, familias sin recursos, una educación pésima y un futuro truncado, millones de andaluces tendrán que arriesgar para salir de este hoyo interminable. El panorama político de Andalucía parece conducir a ese paisaje de desesperación. PSOE e IU, salvo hecatombe, seguirán gobernando por muchos años, con ayuda de Podemos o no, ya se verá. El PP parece que alcanzó techo electoral en 2012 y resulta difícil imaginar su victoria en algunos años cuando menos. Otros partidos, de la tercera o la cuarta España, no cuajan. La tentación quasi-anarquista de destruam et aedificabo compite en intensidad con la siesta política imperecedera bajo la fórmula de la abstención o el voto en blanco.
No, no podemos brindar por un próspero año nuevo. Comeremos las doce uvas y cuando abramos los ojos, volveremos a tener el mismo diferencial de paro, la misma mala educación, una de las rentas familiares más bajas, el PIB entre los últimos y seguiremos a la cola de todo. Necesitamos una regeneración de verdad, personal y colectiva, y unos dirigentes entusiasmados con un Sur de España poderoso, influyente y aportador, capaz de contrarrestar las fuerzas centrífugas de los nacionalismos y participar del centro de gravedad de una nueva España. Un sueño, vamos. Siempre podemos pedírselo a los Reyes Magos. Eso, sí.