Un servidor, que está a dos años de la edad de jubilación y tiene el cuerpo (y el alma) llenos de cicatrices y heridas aún abiertas en la lucha por una España libre, digna, limpia y democrática, no puede soportar la ingratitud. Escipión el Africano, que por cierto fundó mi amada ciudad de Itálica a la que dediqué un antiguo guión televisivo, sintió la puñalada de su ingrata Roma hasta tal punto que en su epitafio escribió: Ingrata patria, ne ossa quidem habebis (Ingrata patria: ni mis huesos tienes siquiera). Decía Revel que la mentira era la primera fuerza del mundo. Pero permítanme añadir que entre las primeras hogueras que alimentan la división, el odio y la ausencia de paz entre los hombres está, seguramente, la ingratitud. Según la Real Academia (española por ahora), los ingratos olvidan o desprecian los beneficios recibidos. Ramón y Cajal, cuando vio el mundo a los ochenta años, percibió la ingratitud de catalanes (como Ganivet), vascos (que sólo vio Ganivet en los jóvenes) e incluso navarros, hacia la patria común, España. La ingratitud, que es negra como la pena negra, es propia de las almas vacías y dañinas. Ortega lo sabía.
El propio Don Qujiote se dirigió a los galeotes y les dijo: "De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud". Pero, por poner un último y reciente ejemplo de ingrata irreverente, me referiré a la guapa sindicalista de UGT Andalucía, por contraposición a la fea presidenta, que tiene cojones toda confusión. Esta, no sé cómo llamarla sin herir, ha llegado a decir que si sus antecesores en el cargo son culpables que lo paguen. Carmen Castilla, guapa, una cosa es que seas ingrata y otra que simules serlo. A Freud no le interesaba la locura de Dalí, que nunca estuvo loco, sino la perfección de su simulación. ¿Cómo vas a pedir la cárcel o el quinario para quienes te nombraron sucesora, como Griñán a tu fea, en una estrategia de ocultación de la porquería que habéis acumulado en la UGT? Y tú, Susana, la llamada fea por su compañera, todavía no te hemos oído ni una vez decir que no consentirás privilegios de ningún tipo en tu deseada reforma constitucional. Si el PSOE andaluz consuma el federalismo asimétrico consumará su propia traición al Estatuto de Autonomía y al espíritu del 4 de diciembre de 1977. Su ingratitud a la ciudadanía andaluza y española ascendería en la escala hasta el grado de traición a la democracia.
Ya ven. Hoy siento especialmente la herida de la ingratitud. De la que asuela a España y la que se practica demasiado habitualmente entre nosotros. De esto es de lo que se hablaba cuando se decía del Cid: "Qué buen vasallo si oviesse buen señor". Es el problema de la política española. Se premia a los golfos, a los casi delincuentes, a los esbirros de las porquerías y se es mezquinamente ingrato con los que aportan, con los que crean, con los que idean críticamente y desde la libertad, que es la única manera de vivir y de servir humanamente. Pero no quiero seguir por el camino que el propio Cánovas consideraba "la temerosa cuestión de las ingratitudes". Y bien temerosa que debiera ser.
Volvamos a la cueva interior, a la discreta e íntima covacha espiritual donde seguimos sabiendo quiénes somos, y digamos con Rubén Darío:
A mi rincón me llegan a buscar las intrigas,
las pequeñas miserias, las traiciones amigas,
y las ingratitudes. Mi maldita visión
sentimental del mundo me aprieta el corazón,
y así cualquier tunante me explotará a su gusto.
Soy así. Se me puede burlar con calma. Es justo.