Si no fuera por los viejos, carallo, otro gallo nos cantara. Carolina Bescansa, heredera del crecepelo Abrótano Macho y los laxantes de su apellido, ha añadido otra característica "ideológica" a Podemos, que es la del tiro al viejuno, eso que los jóvenes de antaño llamaban "carroza". Si sólo votaran los menores de 45, Pablo Iglesias sería presidente, dijo. La frontera biológica se ha rebajado sensiblemente y ahora está en la mitad de los cuarenta, edad maldita para la muchachada morada y mareada. A partir de ahí ya se es viejuno, carcamal y carne de asilo. No digamos ya si el desdichado vejestorio es, además, gallego. A ese le espera el cenicero del concejal Zapata.
¿Pero de qué iba a vivir Carolina, sueldo público al margen, si no hubiera calvos y estreñidos, que es como se imagina esa chavalita a los infectos votantes del PP que impiden la regeneración política? Gerontofóbica y encima desagradecida. Igual que ese pedazo de diputado que ha llamado "ignorantes" a los electores que le han madrugado el triunfo a las mareas el domingo pasado. Miguel Anxo Fernán Vello se llama el ínclito, un mozo de 57 primaveras al que los ignorantes de la vida de sus paisanos han sentado en business y en el Congreso de los Diputados, lo mismo que a Carolina y sus mamas lácticas y que miren ustedes por donde resulta que tiene 45 años.
Hete aquí que la clave para esquivar el paredón por gagá o por gallego es ser de izquierdas, muy de izquierdas, lo más de izquierdas posible. En ese caso, la edad y la galleguidad son méritos en vez de consecuencia del paso del tiempo y el azar. El elixir de la eterna juventud todavía no está en el catálogo de los laboratorios Bescansa. Ya están tardando en lanzar un frasco de viagra y su correlato femenino con un prospecto que sería la papeleta de votar a Iglesias, a Colau o a las chicas yanomano de la CUP que pretenden decapitar a Colón, el descubridor.
No parece una estrategia electoral muy sensata enemistarse con los gallegos y sobre todo con los viejos. A fin de cuentas, entre la juventud y la madurez sólo hay dos diferencias: de joven uno olvida subirse la bragueta; de viejo, bajársela. En cuanto a la otra diferencia, ya no me acuerdo porque tengo cincuenta, creo.