En los últimos días, vísperas de la fiesta regional catalana del 11 de septiembre, dos de los principales referentes del independentismo han vuelto a dar muestras de su auténtica calaña. Por un lado, Carles Puigdemont. Por otro, Gabriel Rufián. Se da además la circunstancia de que ambos personajes se profesan un odio profundo, denso, ácido.
En el caso del prófugo de Waterloo, las revelaciones del New York Times sobre las andanzas de su asesor áulico en Moscú ponen de manifiesto hasta dónde es capaz de llegar el líder moral del separatismo en su enfermizo odio a España. Que Josep Lluís Alay (el asesor al que pagamos todos los contribuyentes un sueldo de más de cien mil euros al año por ejercer de director de la oficina que la Generalidad ha dispuesto para el fugitivo) se reuniera en la capital rusa con espías de un régimen propenso a dar pasaporte a sus disidentes con polonio muestra la falta de escrúpulos del círculo de amigos de Puigdemont, donde proliferan tipos como el abogado Gonzalo Boye, del que cabe recordar algo que los medios catalanes silencian por sistema: su condena por haber participado en el secuestro a cargo de ETA del empresario Emiliano Revilla. No es el único sujeto con un pasado criminal en el entorno de Puigdemont, quien dispone de una nutrida agenda de contactos con quienes engrosaban Terra Lliure, la banda terrorista catalana.
Con esos antecedentes y simpatías, no es de extrañar que Puigdemont y los suyos no tengan reparos en contactar no sólo con agentes secretos sino con mafiosos, tal como ha señalado el referido diario estadounidense. De modo que el cívico, pacífico y festivo movimiento separatista que en años de movilización no había tirado ni un papel al suelo se revela como la guarida donde prosperan los personajes más siniestros, resbaladizos y peligrosos, gente sin complejos a la hora de relacionarse con maniobreros y hampones.
Nada nuevo. Se sabía, pero es bueno refrescar la memoria de vez en cuando. También es conocido lo que se puede esperar del diputado de ERC Gabriel Rufián, pero la entrevista con Estíbaliz Quesada, más conocida como Soy Una Pringada, destaca el fondo cobarde y rastrero del personaje, un tipo que aúna lo peor de la izquierda con lo peor del separatismo. Tras utilizar a la joven para que dijera que hay que matar a los de Vox, y asustado ante las posibles repercusiones judiciales del caso, el diputado corre a desmarcarse de las declaraciones de Quesada con un comunicado que debería pasar a la historia de la infamia y la falta de agallas. Tras decir que "el equipo de La Fábrica de Rufián no se hace responsable de las informaciones, ideas, conceptos y opiniones expresadas", añade que "condenamos cualquier tipo de incitación a la violencia y/o al odio hacia todo colectivo o persona a título individual con independencia de su ideología, credo o condición. Sin paliativos". Ni los auténticos fariseos debían de ser tan hipócritas.
Así es que Rufián y Puigdemont, Puigdemont y Rufián. Tal vez el diputado de ERC podría grabar una de sus entrevistas para YouTube con el eurodiputado de Junts per Catalunya (JxCat) y aclarar, por ejemplo, el episodio de las 155 monedas de plata. Sí, hombre, aquello de cuando Puigdemont estuvo a punto de cambiar la declaración de independencia por unas elecciones autonómicas y todo ERC se echó encima del entonces presidente, maniobra que Rufián culminó con el famoso tuit en el que sugería que Puigdemont se había acojonado ante la amenaza del artículo 155 de la Constitución. Hay quien sostiene que todas las desgracias de los que estuvieron presos y de los que siguen fugados vienen de ahí.