El presidente del Gobierno no puede caer más bajo. O sí, porque cuando creemos que ya ha tocado fondo es capaz de dar un paso más hacia el abismo de la inmoralidad más escalofriante. Viene Pedro Sánchez de dar su más sentido pésame por Igor González Sola, un terrorista de la banda terrorista ETA que se suicidó en la cárcel de Martutene. Respondía en el Senado a la interpelación de un miembro del partido Bildu, la extensión parlamentaria de ETA, cuando con tono y rostro compungidos lamentó el fallecimiento del citado sujeto. Tal vez para congraciarse aún más con los proetarras, el presidente no sólo se abstuvo de calificar a González Sola de terrorista sino que evitó dar ese tratamiento a la "banda (pausa) ETA".
Sánchez quiere los votos de Bildu para aprobar los Presupuestos Generales del Estado porque lleva más de dos años instalado en la Moncloa y todavía funciona con los números de Cristóbal Montoro, así de endeble es su mayoría. Y los quiere aunque no los necesite, como los buscó y los obtuvo para una prórroga del estado de alarma a cambio de la promesa de derogar la reforma laboral del anterior Gobierno. Sánchez no se cansa de llamar a la unidad, pero en su unidad cuentan más los proetarras y los golpistas que el resto de las formaciones. Inés Arrimadas debería tomar nota y dejar de sostener la ficción de que el Gobierno está dispuesto a llegar a acuerdos también con partidos como Ciudadanos. Sánchez no va a dejar de hacer la pelota a ERC y a Bildu, aunque se lo pudiera permitir. Es el escorpión en la fábula del río y la rana.
El mismo tipo que tardó meses en mostrar las más leves muestras de condolencia por las decenas de miles de españoles muertos por el coronavirus, el político frío y calculador que negó un funeral de Estado a esas víctimas y les montó una lamentable ceremonia laica, el individuo que ha tratado de ocultar los estragos de la pandemia y de su incompetencia casi se pone a hacer pucheros en la necrológica del terrorista, cuya muerte dijo lamentar "profundamente". Perfecto, cada uno lamenta lo que quiere y Sánchez no desaprovecha oportunidad para dejar claro a quién aprecia y a quién desprecia, aunque Arrimadas y a veces Casado se crean que forman parte de los primeros.
Antes de alcanzar el poder se hartó Sánchez de negar que fuera a pactar con los separatistas o con los proterroristas, pero una vez instalado en Moncloa se ha quitado la careta de socialista de bien para mostrar la jeta de cemento del político desahogado y chulesco que disputa con éxito a Zapatero el título de peor presidente de la democracia.
En mayo de 2007, cuando el Gobierno del antecitado Zapatero negociaba con ETA, uno de los representantes del Ejecutivo dejó claro el sentido último de los contactos, según consta en el libro Sangre, sudor y paz, de Lorenzo Silva, Manuel Sánchez y Gonzalo Araluce (Península):
El objetivo final del proceso no es la rendición de ETA, tampoco es la independencia de Euskal Herria, ni el Estatuto único. El objetivo final es que la izquierda abertzale y ETA puedan defender su proyecto político en igualdad de condiciones y que ETA desaparezca porque existen esas vías políticas. Finalmente desaparición de presos y exiliados. Porque ya no existan causas de que los haya.
Después de estas palabras aún hubo más coches bomba y tiros en la nuca. Y eso a pesar de que el Gobierno asumía el lenguaje terrorista, hablaba de "exiliados" y extendía una alfombra roja para que la banda criminal se instalara en las instituciones. ETA no se ha sido derrotada. Como bien decía el anónimo representante del Gobierno, el objetivo no era la rendición de los asesinos sino su traslado a las cámaras parlamentarias. El pésame de Sánchez corrobora la vigencia del pacto con los asesinos.