Dicen que Fernando Grande Marlaska era un buen juez. Fue el PP quien le propuso como vocal del Consejo General del Poder Judicial tras una exitosa carrera en la Audiencia Nacional. Y Pedro Sánchez quien le hizo ministro de Interior en contra de la opinión de buena parte del PSOE, que recelaba de Marlaska por su proximidad al PP y por ser amigo de la hermana de Rajoy, Mercedes, que falleció en 2019 a los 62 años.
Pero si no había duda sobre su capacidad como magistrado, la política ha puesto a Marlaska frente a un espejo que le devuelve la imagen de un incompetente, soberbio y antipático personaje, un sujeto caprichoso, retorcido, vanidoso y engreído incapaz de aceptar una crítica o enmendar un error.
La resolución judicial que sostiene que no se cumplió con ningún precepto legal en la devolución de unos pocos menores marroquíes en Ceuta ha vuelto a poner en entredicho al ministro. Llueve sobre mojado. Aún no ha restituido en su puesto al coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, víctima de los manejos y chalaneos del ministro. A pesar de que hay una sentencia de la Audiencia Nacional que requiere que el coronel vuelva a su puesto de mando en la comandancia de Tres Cantos, Marlaska se escuda en que dicha resolución no es firme para mantener a Pérez de los Cobos en el dique seco y evitar, de paso, que sea ascendido a general no sólo por acreditados méritos sino por ley.
Marlaska pretendía que Pérez de los Cobos condicionara una investigación de la Guardia Civil en calidad de policía judicial sobre la influencia de las manifestaciones feministas del 8-M en la extensión del coronavirus. Quería el ministro que el coronel diera cuenta también en el ministerio de por dónde iban las pesquisas. Pérez de los Cobos se negó. Las investigaciones estaban amparadas en el secreto de las actuaciones judiciales y, como resulta obvio hasta para quienes no son juristas, Pérez de los Cobos, por mucho mando que fuera de los guardias, no podía ni siquiera saber en qué estaban trabajando por orden de un juez. A Marlaska le dio igual y obligó a la directora general de la Guardia Civil, María Gámez, a destituir a Pérez de los Cobos.
La penúltima hazaña de Marlaska fue declarar hace unos días que el aeropuerto de Kabul era un lugar seguro, afirmación que por sí sola pone en duda la capacidad de comprensión y análisis del ministro. Y para rematar la faena, nada mejor que el episodio de la frustrada devolución de los adolescentes que Mohamed VI arrojó sobre Ceuta en represalia por las atenciones médicas que el Gobierno de Sánchez dispensó en España al líder del Frente Polisario Brahim Ghali.
Tras pasarse por el arco del triunfo todas las leyes y disposiciones relativas a la repatriación de menores indocumentados, Marlaska dice ahora que no se siente desautorizado por la juez de Ceuta porque no tiene competencias sobre el asunto. ¿Se puede tener más cara? Claro que el ministro es experto en no dejar rastro y de ahí que las órdenes a la Delegación del Gobierno en Ceuta fueran verbales, lo que permite al personaje untarse en aceite para que la ignominia le resbale.
En el fondo del asunto, los menores de Mohamed deberían estar ya al otro lado de la frontera para que las autoridades marroquíes los devuelvan a sus padres. En la forma, España no es Marruecos y hay unos trámites que cumplir, entre ellos el de la tutela judicial. A Marlaska, el chapucero, le dio igual. ¿Qué más tiene que pasar para que dimita? Claro que si no lo ha hecho por los acercamientos de etarras o los homenajes a los asesinos en el País Vasco, no lo va a hacer por esto.