Durante los peores años del terrorismo etarra, el sur de Francia era un santuario para los asesinos, un lugar al que acudían a descansar después de campañas de tiros en la nuca y coches bomba en España. Podían pasear tranquilos por San Juan de Luz, ir de vinos sin problemas por Biarritz y pegarse la vida padre en Bayona sin que las autoridades francesas hicieran nada por impedírselo. Al contrario, hasta tenían barra libre para entrenarse en suelo francés.
Según la tesis de la democracia francesa, los etarras no eran una banda terrorista sino un grupo armado que luchaba por la liberación de su región. Un disparate que les costó años rectificar y causó dolor y muertes a ambos lados de la frontera.
Con la entrada de España, junto a Portugal, en lo que en 1985 era la Comunidad Económica Europea, los amigos franceses se distinguieron por el celo en volcar e incendiar en la frontera nuestros camiones cargados con frutas y verduras, actividad que ha persistido prácticamente hasta hoy.
El último ejemplo de las cordiales relaciones entre ambos países es el trato dispensado por las autoridades locales de Perpiñán al prófugo Carles Puigdemont, a quien se homenajeó en el ayuntamiento y en la sede del Departamento de los Pirineos Orientales como si se tratara de una especie de libertador de la Cataluña del Sur. Cosas de gobernantes galos, capaces de tratar como a perros a los derrotados de la Guerra Civil y como a héroes a los más abyectos criminales de ETA.
Un golpe de Estado como el Puigdemont habría sido sofocado en Francia con toda crudeza, sin contemplaciones y probablemente con penas no inferiores a los treinta años. Otra cosa es que a un alcalde francés le parezca una barbaridad que Puigdemont esté en busca y captura en España por ese motivo. Y es que a ese buen hombre con su banda tricolor y toda la grandeur España le parece una cosa insignificante, un país menor, un tablao desordenado y sin Gobierno, aspecto este último en el que tiene toda la razón.
Lo que se dice el Gobierno de España no es precisamente nada que tenga gran valor en Europa. Ni con Rajoy ni aún menos con Pedro Sánchez. El proceso separatista ha sido la última piedra de toque de la insignificancia política española en la Unión Europea, con Alemania, Bélgica y ahora Francia a la vanguardia del desprecio. Ni este Gobierno ni el anterior hicieron nada por frenar las andanzas europeas de los golpistas, y si a Moncloa no le importa, menos aún a Merkel y Macron.
No hay política exterior ni defensa de los intereses de España en el mundo, y esa es la grieta por la que Marruecos y Argelia se adueñan de nuestras aguas territoriales, el Reino Unido mantiene el primer puerto pirata del mundo en Gibraltar y Francia, Alemania y Bélgica han cobijado y cobijan a terroristas, golpistas y otros delincuentes que de ser suyos se pudrirían en las cárceles o bajo tierra sin la mitad de los derechos que les asisten en España, donde los golpistas presos ya tienen un pie en la calle.