La televisión en España es un vertedero, un pozo de heces trufado de personajes de una catadura moral deleznable. Tanto da que se trate de televisiones públicas o privadas. No se salva ni la cadena de los documentales. Y el último hito de ese gran almacén de excrementos ha sido el programa conducido por Jorge Javier Vázquez sobre la vida y fatigas de Rocío Carrasco, hija de la difunta diva Rocío Jurado y del finado boxeador Pedro Carrasco, dos auténticos fenómenos.
Es difícil, por no decir imposible, caer en mayor banalización de asuntos tan graves como los malos tratos en la pareja o el suicidio. Y la culpa no es precisamente de la presunta víctima, Rocío Carrasco, o del supuesto agresor, David Flores, sino de quienes han perpetrado el documental y, aún más, del conductor del debate y sus participantes.
Esta mujer viene a decir que su exmarido la maltrató ya de novios y que le puso a los hijos en contra. Y atribuye a esa situación un intento de suicidio. Por desgracia, nada nuevo, nada que no haya pasado en miles y miles de parejas. La novedad es que tanto Rocío como su exmarido son famosos por ser ella hija de y él, expareja de ella, material humano ambos para la trituradora de la telebasura, gente muy bien pagada, por cierto, que no ha tenido el más mínimo inconveniente en vivir de las exclusivas durante años.
Allá películas. El problema, uno de los muchos del programa, viene cuando hasta la ministra de Igualdad, Irene Montero, se suma al show con un mensaje de Twitter en el que dice apoyar a Rocío Carrasco. ¿Ese es el papel de la ministra? ¿Marujear en la red social a cuenta de un programa de televisión?
Otro de los problemas es la función de la televisión, Telecinco en este caso. Primero convierte a Rocío Carrasco en el paradigma de mala madre y otorga a su exmarido todo el crédito, hasta el punto de que se trata de uno de los colaboradores habituales de sus programas. Pasados los años y ante una oportunidad de negocio redondo, imprime un giro en los acontecimientos y desvela el tormento interior de una mujer que ha sufrido en silencio sus propios vituperios. Y para adornar el evento se sirve hasta de una ministra del Gobierno cuya interpretación de hacer algo al respecto es emitir un tuit. Perfecto. Y ahora, en el colmo del fariseísmo, decide prescindir del supuesto maltratador porque, claro, en esa televisión no caben según qué tipos y qué comportamientos.
Sí, oigan, en Telecinco, cumbre occidental de la moral cristiana y la ética budista. Todo ello, por cierto, aliñado con el sorteo de 12.000 euros en metálico entre los llantos y suspiros de una madre que relata cómo se intentó matar a base de pastillas.