Hay un tipo de personaje genuinamente separatista, una clase de fachenda catalán que encarnan a la perfección individuos como Jaume Roures, Josep María Mainat (el indepe de la Trinca) o Joan Laporta. Soberbios, orgullosos, ególatras, presumidos y con unos aires de suficiencia que les delatan como perfectos supremacistas. Creen que todo el mundo es idiota, que el mundo es suyo y que pueden hacer lo que les salga del níspero, casi siempre con el dinero de los demás.
He ahí por ejemplo el amigo Roures, que avaló con treinta millones a su amigo Laporta para que pudiera trincar la presidencia del FC Barcelona mientras él pedía al Estado español opresor, enemigo y toda la vaina que le prestara 125 millones para salvar su negocio mediático. Consta que recibió como mínimo 55, pero las cuentas del magnate trotskista con el Gobierno socialcomunista constituyen un misterio impenetrable. El caso es que ahí tenemos a un tipo que pide dinero prestado al Estado al tiempo que avala a un colega con la nada desdeñable cantidad de treinta millones (30) de euros. Cosas de separatas, ¿verdad?
Laporta se hizo con la presidencia del Barça por la vía de prometer cosas como que Messi se quedaría en el club y jugaría hasta los cuarenta años. Sabía que la entidad estaba en ruinas, que las deudas eran abracadabrantes, que el más que un club era un pingajo más tieso que la mojama. Sin embargo, todo eso no fue obstáculo para que sedujera al soci con la promesa de repetir glorias pasadas con el futbolista argentino como eterno estandarte del proyecto.
Los palmeros de Laporta, que los tiene hasta en el ABC, propagan que la marcha de Messi ha sido una jugada maestra del mandatario culé, que el futbolista ya no se aguanta las medias, que está viejo y lento, que era una rémora, un dictador en el vestuario, un caprichoso en el campo, un rompepelotas en los despachos y un cero a la izquierda en total. Luego está lo de la ruina del club y eso tan separata de echarle la culpa al enemigo exterior, Madrid, España y Tebas, el jefe de la Liga.
El disparatado caso Messi no deja de ser, por otra parte, un trasunto del proceso separatista. Ahí está un presidente que promete lo que no puede cumplir; una administración, el Barça, en la pura ruina; un pueblo crédulo, ese socio que en teoría es dueño del club pero que no pinta una higa y ese pobre hombre rico, Messi, como encarnación de la república de los ocho segundos. Un desastre con forma de sainete, una catalanada de manual, una demostración mayúscula de impotencia, un gatillazo colosal, ese estirar más el brazo que la manga, el fulano que presume de un billete de 200 euros que no le cambian en ningún bar y ese Laporta tangando a Messi y a los socios que le votaron. Cataluña.