El catalanismo está enfrentado, dividido y desnortado. Mas tiene celos de Puigdemont, la Asamblea Nacional es una pelea de gallos, ERC repudia a CDC, Junts pel Sí ya ha perdido más de cincuenta votaciones en el Parlament, la CUP compagina la revolución con la guerra y la última consigna ya no es desobedecer, sino no cooperar. Puigdemont se cuela en las pancartas de Colau para vincular la independencia con la emergencia social. En Barcelona se registran más de treinta desahucios al día y la culpa, como siempre, es de Madrid. Mientras, Puigdemont se va a Bruselas a hacer el pijo y la alcaldesa se pasea por la ciudad en el monovolumen del amor con los cristales tintados. Es inmune al hecho de haber incumplido su única promesa de calado: eliminar los desalojos.
El proceso declina y en el naufragio la oferta podemita de un referéndum no es una tabla en el mar sino un buque de la Cruz Roja. La verdadera hoja de ruta es la de la versión catalana de Podemos, apaño en torno al liderazgo de Ada Colau que ha engullido a la izquierda catalanista y cuestiona la hegemonía del nacionalismo tradicional de Convergencia y Esquerra.
Los sondeos coinciden en pronosticar otro batacazo convergente mientras aumentan las expectativas de Podemos en Cataluña, que ya ganó las pasadas elecciones en la región. Al margen de las veleidades separatistas de En Comú Podem y de la calculada ambigüedad de Colau, el éxito de Podemos en Cataluña es percibido por los separatistas como el fracaso del proceso por la contaminación de la política española.
La decepción se traduce en purismo. Un grupo de filólogos exige que el catalán sea el idioma único de Cataluña y Puigdemont alude a la declaración unilateral de independencia del Parlamento de Kosovo en 2008. Cuesta abajo en la rodada afloran todas las miserias. El sucesor de Mas esgrime la vía kosovar. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, acaba de recibir al primer ministro de Kosovo, Isa Mustafa, afirma Puigdemont cuando se le recrimina la ausencia de contactos en su viaje oficial fantasma a Bruselas. "Cuando quiera ser recibido por Juncker, lo seré", ha declamado Puigdemont en la cámara autonómica tras ponderar el caso kosovar.
Queda claro. Se trata de Yugoslavia, de las guerras de los Balcanes, de la limpieza étnica y de los desplazamientos de población en masa. La diferencia catalana es que la mayoría no está por el separatismo. En el Parlamento kosovar los 109 diputados votaron a favor de la independencia con el respaldo de los Estados Unidos y la Unión Europea, que especificó que se trataba de un "caso único", en alusión al reconocimiento de Transnistria, frontera moldava con Ucrania, el Alto Karabaj, Ajbasia, Osetia del Sur, Azerbaiyán o la República Srpska. ¿Tan mal estamos? A efectos prácticos, la UEFA ya ha reconocido a Kosovo.