El entrenador Guardiola y el propietario rural Lluís Llach son los mediáticos de la lista de Mas y Junqueras y como tales ponen la letra a la canción del proceso. "I amb la revolta, el somriure", entonaba el segundo en sus años de cantautor. Ahora han acuñado "la revuelta de las sonrisas", consistente en penalidades, sacrificios y peligros tales como desplazarse desde un rincón de Gerona o Lérida a Barcelona en autocar un día al año para participar en la Diada, que parece más la fiesta anual del club infantil de TV3 que la manifestación de unas gentes intimidadas, reprimidas y perseguidas. Un tanto por ciento muy alto de quienes asistieron a la Meridiana en la última movida separata son familias al completo, niños con globitos y preadolescentes arrastrados por sus padres a Barcelona para el acto "cívico, pacífico y festivo" que cada año les propone la ANC con el patrocinio de la Generalidad y sus medios de confusión masiva. No cuentan como votantes, pero sí como sonrisas.
Una fiesta, una jornada de reivindicación pacífica, una rave donde los asistentes saludan al satélite Meteosat, sonríen y se sonríen, hacen lo que les dicen y se mueven al ritmo zombi de la masa sumisa. Tienen la independencia al alcance de las manos, en la punta de los dedos, y se mecen en la autoestima y en la complaciente superioridad que les proporcionan los argumentos de sus conductores, cuyo resumen es que el catalán es un pueblo culto y europeo, mientras que los habitantes del resto de España son una caterva de vagos y maleantes que viven de los impuestos de los laboriosos ciudadanos de la gran Catalonia. ¿De qué se sonríen entonces?
Según Llach y Guardiola, sonríen porque es "la primera revolución pacífica de la historia". Olvidan la Revolución de los Claveles o la noche en que cayó el Muro, revueltas de sonrisas con tanques a las tres y alambradas eléctricas. No es precisamente el caso catalán, aunque muchos separatistas se creen auténticos freedom fighters herederos de una estirpe de guerreros mitológicos del 1700, tal ha sido el bombardeo de estímulos bélicos en los últimos años. Sonrisas. Como la del delantero que gambetea a toda la defensa, como la del vendedor de preferentes en el que se ha convertido Artur Mas. Sonrisas, sonrisas que provocan escalofríos, sonrisas de superioridad, sonrisas sardónicas. Dientes, dientes, más que sonrisas. Cuentan sonrisas y contarán escaños. No votos. Eso sería democrático, pero no festivo. Estamos advertidos.
Pablo Planas
La revuelta de las sonrisas
El entrenador Guardiola y el propietario rural Lluís Llach son los mediáticos de la lista de Mas y como tales ponen la letra a la canción del proceso.
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