En un impresionante alarde de desprecio por la verdad y la inteligencia de los españoles, la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, ha tenido el cuajo de decir que la culpa de que suba la luz es de Rajoy y de Aznar. Paren las rotativas. Claro que por las mismas Montero podría haber dicho que la culpa es de Franco por no haber construido más pantanos. El desahogo en el desempeño del cargo de los ministros y ministras de Sánchez es extraordinario.
Los impuestos insertos en el recibo de la electricidad hacen que la luz en España sea un lujo. El desorbitado precio no tiene parangón en toda Europa y va la ministra del ramo fiscal y desliza el infame infundio de que la culpa es de Mariano. Debe de ser que como a Laporta parece que le ha funcionado lo de echar la culpa a Bartomeu en lo de Messi, pues Montero se ha animado a probar suerte con una especie de recibimiento a portagayola de la cuestión energética.
A Sánchez no le quita el sueño que los españoles vayan camino de tener que pedir créditos para enchufar la nevera (ya del aire acondicionado ni hablamos). Las izquierdas y sus sindicatos controlan casi todos los resortes de la conflictividad social y ni los muertos por el coronavirus o las colas del hambre le han pasado factura. El ciudadano asume la subida de la luz con un estoicismo absoluto, como quien encaja otra ola de calor, la sequía o cualquier inclemencia meteorológica. El fatalismo es total.
Y mientras la luz sube y sube y más que va a subir, el Gobierno prepara una reforma de la enseñanza cuyo verdadero propósito es generar las condiciones idóneas para que las nuevas generaciones sean completamente analfabetas, incapaces de leer una factura y en consecuencia de protestar por los tributos asociados a la energía eléctrica, el gas, el agua o el suministro que sea. No de otro modo se puede entender que se pretenda aplicar a las matemáticas una perspectiva de género, que se eliminen los números romanos, los dictados, las reglas de tres, los quebrados, las conjugaciones de los verbos y todo aquello que suponga un mínimo esfuerzo.
Cada reforma de la enseñanza ha sido un drama. La Educación General Básica (EGB) era mucho peor que el Bachillerato anterior pero infinitamente mejor que la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), que a su vez será un sistema de absoluta excelencia en comparación con lo que preparan los funestos responsables del Ministerio de Educación y Formación Profesional, antes en manos de Celaá y ahora en las de Pilar Alegría. Así, la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (Logse) de 1990 era una maravilla en comparación con la Ley Orgánica de Modificación de la LOE (Lomloe), que de buen seguro convertirá a los estudiantes en perfectos ignorantes que pasarán de curso sin saber sumar o escribir. Y como el objetivo es que nadie se quede atrás, todos acabarán retrasados.