Las encuestas reflejan un cierto cansancio del independentismo. Lo que hace un año era una ola que crecía en vigor y anchura por momentos anda ahora por debajo del 40% de los consultados y en caída libre. La quietud de Rajoy, la autopsia en vivo de UPyD, los escarceos de Pablo Iglesias con Susana Díaz, la desaparición de Pedro Sánchez, la irrupción de Albert Rivera y la que se le viene encima al PP en las próximas municipales y autonómicas concitan mucho más interés que las regurgitaciones de Mas y Junqueras, como si el tiempo de la independencia hubiera pasado. Eso y que, en realidad y para los nacionalistas, Cataluña ya es independiente, como demuestra el hecho que se pasen las leyes y sentencias por el forro del arco del triunfo sin problema alguno.
El proceso está de capa caída, pero no así Mas, que se ha ido a Nueva York para predicar el separatismo en la Gran Manzana. Como se cree un estadista de campeonato, se ha llevado a representantes de todos los medios públicos y subvencionados para que ejecuten la crónica de cómo el president no se reúne con nadie y dice lo mismo de siempre, pero desde los Estados Unidos.
Junqueras, por su parte, anda de gira con Justo Molinero vendiendo un libro en el que proponen cosas como imprimir la señera en los preservativos para hacer más patriótico el coito, en la línea científica del kamasutra catalán y del ridículo absoluto. Pero ni por esas reactivan el burbujeo de la olla separatista. Bien es cierto que tienen unos meses por delante para rescatar a los desencantados y añadir refuerzos. Además, el nacionalismo catalán suele alcanzar su punto de máxima presión en septiembre, clave en el calendario mitológico y en el micológico.
Uno de los problemas de este problema es que no se resuelve solo, sino que se agudiza. Por ejemplo, dice el ministro del Interior que un dirigente de una fundación de Convergència, Nous Catalans, un tal Nourredine Ziane, fue expulsado de España por difundir ideas salafistas, lo cual es perfectamente comprobable, y la conclusión en los mártires de la causa separata es que Fernández Díaz equipara el independentismo con el islamismo para torpedear el proceso. Claman al cielo, se dan golpes en el pecho y se sienten víctimas, una vez más, de la tradicional catalanofobia. Al parecer, tampoco se pueden hacer caricaturas del nacionalismo o decir que, para los mandarines del proceso, mientras los imanes voten por romper España, bienvenidos sean los clérigos salafistas. ¿Sala qué? Salafistes en catalán.
Esto ocurre mientras en TV3 se callan que la operación de los Mossos que ha concluido con la detención de once islamistas dispuestos a atentar en Barcelona y alrededores ha sido dirigida y ordenada por un juez de la Audiencia Nacional y que los agentes autonómicos estaban allí como policía judicial española.