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Independentistas y españoles de segunda

La política catalana es el show de Benny Hill, pero en cutre y con mucha menos gracia.

La política catalana es el show de Benny Hill, pero en cutre y con mucha menos gracia.
EFE

La política catalana es el show de Benny Hill, pero en cutre y con mucha menos gracia. Los consejeros de Junts per Catalunya (JxCat) desprecian al presidente de la Generalidad, el republicano Pere Aragonès, con el mismo desparpajo con el que los consejeros de ERC se reían del pobre Torra. A Aragonès le llaman el "nen barbut" y en el partido de Puigdemont no le hacen ningún caso porque saben que antes de mover un papel tiene que llamar a Oriol Junqueras para que le dé permiso o le diga lo que tiene que hacer.

En esas condiciones, el plan de ampliación del Aeropuerto de El Prat o la mera convocatoria de una mesa de diálogo se convierten en arduas tareas plagadas de obstáculos, trampas y zancadillas. Gracias a ERC y a Podemos, el proyecto de El Prat, que implicaba una inversión de 1.700 millones de euros y decenas de miles de puestos de trabajo, se ha ido al traste. Al parecer es más importante la tranquilidad de un puñado de patos de un espacio protegido privado que el futuro de miles de familias. Puede que el Gobierno de Sánchez no tuviera intención de llevar a cabo el proyecto. De este Ejecutivo cabe esperar cualquier cosa, pero el asunto ha puesto de relieve las prioridades de Podemos y ERC, y esa "gente" con la que se llenan la boca no está entre ellas.

Lo de la llamada "mesa de diálogo" es el otro hito de los últimos días. Después de apedrear con saña la Jefatura Superior de Policía de la Vía Layetana de Barcelona, una delegación del Govern se ha sentado a debatir con una delegación del Gobierno. Pero el vandalismo separatista no estaba en el orden del día, sino la autodeterminación y la amnistía para que los golpistas puedan hacer lo que les salga del níspero.

Del caletre de Puigdemont surgió la idea de intentar empotrar en la delegación de la Generalidad a dos golpistas indultados, Jordi Sànchez y el Forrest Gump del partido, Jordi Turull. Hasta ahí podíamos llegar, dijo Sánchez, que libra de la cárcel a unos tipos con los que luego le da asquito hacerse la foto. Todo un ejemplo de coherencia. La negativa de Moncloa, plenamente acatada por Junqueras y su mandadero Aragonès, muestra la plena sintonía entre los socialistas de Lastra y los republicanos de Rufián. Por lo demás, el movimiento de Puigdemont favorece a Sánchez, quien más que una flor tiene un jardín tropical en el trasero. Si los separatistas son incapaces de ponerse de acuerdo entre ellos, la mesa comporta para el presidente del Gobierno un desgaste mínimo.

Sin embargo, eso no quiere decir que a larga no le pase factura, porque una cosa queda meridianamente clara de todo esto, la existencia de dos Españas que no son las clásicas. Por un lado, la España privilegiada que forman los separatistas catalanes y los vascos y luego el resto, españoles de segunda a los ojos de Sánchez y su Gobierno.

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