
Los guardianes de la moral pública en España han redoblado las admoniciones contra Vox, partido al que martillean con el apelativo de "ultraderecha" y del que afirman que es racista, fascista, machista y negacionista, todo en uno. Al tiempo, atribuyen a las lacras del PP la irrupción de Vox y le exigen en nombre de las mujeres y los niños primero no ya que se abstenga de pactar con el partido de Ortega Lara sino que renuncie expresamente a cualquier clase de apoyo en todo momento y lugar. Es un hecho verdaderamente curioso que personajes como el presidente de la Generalidad, Pere Aragonès, o el diputado Rufián le digan al PP lo que tiene que hacer. Como si les asistiera una suerte de superioridad ética, a ellos, los golpistas.
El procedimiento está muy extendido. El inevitable Pablo Iglesias, los tertulianos de los medios que vetan a Vox, los principales dirigentes del partido socialista, Pedro Sánchez, obviamente, y hasta los voceras bildutarras se manejan como auténticos inquisidores en relación con Vox, un partido que a diferencia de los independentistas y la extrema izquierda se manifiesta dentro de los márgenes de la Constitución. Y como la culpa de que exista Vox es del PP, a ninguno de todos estos cofrades de la sacrosanta corrección política se le ocurre preguntarse por su propia contribución al fenómeno. A lo mejor les asisten más méritos incluso que a los complejos populares.
El partido en cuestión se consolida como la tercera fuerza política y crece a pesar o gracias a que tanto el PSOE como el PP persisten en despreciar e ignorar a un electorado que está empezando a convertirse en una corriente central de la política española. Cada insulto, cada descalificación, cada crítica y cada mentira vertida contra Vox engordan sus expectativas electorales. Este miércoles ha sido particularmente significativa al respecto la sesión de control al Gobierno, que Sánchez ha aprovechado para no responder a ninguna pregunta y para cargar contra Vox hasta el punto de acusar a Abascal del caso de un individuo de 22 años que ha matado a una niña de 14 por aludir en su intervención a las matemáticas con perspectiva de género. Cuando parece imposible caer más bajo, Sánchez logra descender un peldaño más.
Todas estas clases magistrales de moral y ética vienen de la mano de quienes no iban a pactar jamás con ERC o Bildu pero se han entregado sin miramientos a esos partidos a cambio de un poder que inevitablemente erosiona los fundamentos de la convivencia democrática. Que Sánchez se niegue a responder a las preguntas sobre su manga ancha penitenciaria con los asesinos de ETA o sobre la dependencia energética de España es un ejemplo de ese deterioro. O que en un alarde de maltrato parlamentario le diga a Casado que para lograr su abstención en Castilla y León primero tiene que pedir ayuda, después, explicar las razones por las que la supuesta ultraderecha no puede entrar en los gobiernos y en tercer lugar aclarar si la renuncia a pactar con Vox es para todos los días y en todos los territorios. Palabra de un político sostenido por Unidas Podemos, ERC y Bildu.