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Pablo Planas

El ADN de Ciudadanos

Dejar a Convergencia sin grupos propios en el Senado y en el Congreso ha sido la primera respuesta digna de tal nombre frente al desafío separatista.

Dejar a Convergencia sin grupos propios en el Senado y en el Congreso ha sido la primera respuesta digna de tal nombre frente al desafío separatista.
J. C. Girauta, A. Rivera e I. Arrimadas | EFE

Dejar a Convergencia sin grupos propios en el Senado y en el Congreso ha sido la primera respuesta digna de tal nombre frente al desafío separatista. Las imputaciones de Mas en el TSJC (con Joana Ortega e Irene Rigau de comparsas) y de Homs en el Supremo por el referéndum ilegal son una pamema escandalosa. 

El presidente del TSJC cuando se investigó a los antedichos, Miquel Àngel Gimeno, es ahora el director de la Oficina Antifrau. ¿No les digo más? Sí, que el magistrado que instruyó la causa, Joan Manuel Abril, fue propuesto por Convergencia y ahora es presidente del Supremo de Andorra. Este señor no tuvo mejor ocurrencia que citar a Mas a declarar el pasado 15 de octubre, 75 aniversario del fusilamiento de Lluís Companys. Recordarán la manifestación de alcaldes con la vara y a ese president henchido de amor propio haciendo el saludo nacionalista en lo alto de las escalinatas de la sede judicial. No le sirvió para ablandar a la CUP, que en menos de dos meses lo tiraba a la basura.

Aquello fue una explosión en la santabárbara del proceso. Lo de los grupos propios, una andanada política en toda la línea de flotación de un partido menguante. Los convergentes han acusado el golpe. Se quedan sin tres millones de euros, en el gallinero mixto y sin derecho a que Francesc Homs, gran orador, deleite a la cámara con su verbo inflamado más allá de los minutos de la basura. Convergencia perdió la vergüenza, ha perdido la sede del tres por ciento y ahora se le cae el lobby en Madrid. No es de extrañar que Artur Mas hable de conspiración contra el Partit Demòcrata Català (PDC), cenizas y escombros de lo que fuera un imperio y un emporio familiar.

Mientras los miembros de PP, PSOE y Podemos en la Mesa del Congreso se abstenían, los dos diputados de Ciudadanos no tuvieron piedad. Pulgares abajo. Hacía mucho tiempo que no se veía un ejemplo tan nítido de coherencia. Es evidente que la política no se basa en la congruencia, gracias a Dios, pero ante la mezcla de chulería y victimismo nacionalista se agradece una rareza, un hasta aquí hemos llegado, una respuesta proporcional, que es el ADN de Ciudadanos y su primera razón de ser.

Pase lo que pase con la investidura, al menos esta legislatura habrá servido para finiquitar la negra historia del grupo catalán en el Congreso, una extraordinaria maquinaria de extorsión política y económica que es incompatible con el estado de rebelión de la Generalidad y el Parlamento regional. Brama Mas, patalea Homs y se escandaliza Puigdemont. A mayor abundamiento, ERC no quiere saber nada de acoger en su seno parlamentario al PDC y reeditar en la capital el Junts pel Sí. Ahí hay otra brasa cerca del polvorín separatista.

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