El abogado español de Puigdemont, Jaume Alonso-Cuevillas, es un máquina de los medios, ante los que comparece cada media hora más o menos para comentar el minuto y resultado de sus agudas gestiones y dar parte de tajantes previsiones sobre el esplendoroso futuro que le aguarda a su cliente sin el más mínimo género de dudas.
El letrado Cuevillas rezuma un optimismo desbordante, exhibe una fe ciega en sus aptitudes y aparenta el completo convencimiento de que el caso está ganado. Ya de entrada se le ocurrió que Puigdemont no era un prófugo de la Justicia porque cuando huyó en un maletero no había una orden de detención en su contra.
Ese truco de vendedor de crecepelo fue su primer éxito en TV3 y demás medios del catalanismo, pero nada comparado con el de que Puigdemont no había sido detenido en Alemania, sino "retenido". Luego vino lo de la "instalación penitenciaria" y la "custodia policial" y ahora está en lo de buscarle piso, o mansión, a su patrocinado, porque en su docta opinión el hecho de que la Fiscalía de Schleswig-Holstein aluda al riesgo de fuga para mantener al presunto de alta traición en prisión se debe a que no está empadronado en Alemania.
Tales artimañas gozan de gran predicamento en la prensa afecta a la causa separatista. El letrado Cuevillas es zarzaparrilla en vena, un chute de optimismo en las desinfladas filas amarillas. En sus manos, Puigdemont es un tipo privilegiado, un hombre protegido y bien aconsejado que tiene el pleito ganado y en dos días será puesto en libertad por las autoridades alemanas, a la espera una inapelable negativa a su extradición. Suerte que le han trincado en Alemania. ¿A qué merluzo se le ocurrió lo de Waterloo?
Al público del lacito le excita Cuevillas, con ese punto de excéntrica chifladura acentuado por un semblante en permanente estado de estupefacción. La parroquia separatista se viene arriba cada vez que el abogado de Puigdemont se deshueva de Llarena y del Tribunal Supremo piltrafilla. Más aún cuando augura la gran victoria de su cliente y exhibe sus dotes de preclaro jurisprudente, monstruo del derecho y fenómeno del revés.
Cuevillas es la monja Caram del momento, un personaje viral, el picapleitos que le faltaba a la trama. Tanto da que no pudiera asistir a la primera deposición alemana ante una juez de su cliente por atender a los medios, que todas sus previsiones sean falsas, que no de pie con bola y que se pase más tiempo en estudios de radio y platós de televisión que atendiendo a sus deberes con Puigdemont. El problema con Cuevillas es que todas sus apariciones en los medios son estupendas para mantener exaltado el ánimo de los separatistas, pero nefastas para su cliente, a dieta de pan y salchichas frías.
Los medios del separatismo compran la versión de que los presos de Neümunster echarán de menos en breve al cliente del señor Cuevillas (el nuevo míster Lobo), pero la realidad es que Puigdemont está en la cárcel y su abogado español se comporta como un aspirante a concursante de la isla de los famosos, todo el rato haciendo declaraciones. Nada que ver con el defensor de los Pujol, Cristóbal Martell, alérgico a los platós y con todos sus defendidos fuera de la trena.