El desolojo de un edificio okupado en Barcelona ha degenerado en dos noches de disturbios, barricadas, cócteles molotov e incendios. Es una noticia relativa en una ciudad caracterizada por brotes de violencia radical, escenario habitual de contenedores en llamas y jardineras cruzadas en las callejuelas de barrios como Sants y Gràcia, cuyas paredes exhiben los rastros de todas las excrecencias ideológicas. Los chicos de la gasolina son independentistas, antisistema, ácratas (eso se creen ellos), proetarras, altermundistas y bolivarianos, sin que el orden de los factores altere el producto: David Fernàndez (con el acento a la francesa, como a él le gusta, para catalanizar los orígenes zamoranos).
Diputado autonómico por las "Candidaturas de Unidad Popular", las CUP, Fernàndez cobró cierta fama cuando se descalzó frente a Rato y amagó con tirarle la zapatilla en una comisión parlamentaria. A partir de ese momento pasó a ser conocido como "el chaval de la chancla". Su gesto fue celebradísimo. Los diputados de CiU y ERC se reían por lo bajini y le daban palmadas en la espalda. Opinan que Fernàndez es de los suyos porque está en lo del derecho a decidir, el bloque soberanista y la vaina de la consulta, sólo que a veces se le va la mano y no precisamente por amenazar a Rato.
A Fernàndez y las CUP hay que reconocerles que se anticiparon un par de años a lo de "Podemos". Beben de las mismas fosas sépticas y están en la misma lucha, aunque las CUP decidieron no acudir a las elecciones europeas y pedir el voto para Bildu. Como contara Sostres, Fernàndez ejercició de chófer de Otegi y eso seguramente imprime carácter. Ya de diputado autonómico, este precusor de Pablo Iglesias de espardenyes y samarreta no ha dejado de frecuentar sus círculos habituales y practicar las más variadas formas de bronca política y callejera. El viernes de cierre de campaña introdujo a dos activistas antidesahucios en una conferencia de Arias Cañete organizada por La Caixa y La Vanguardia, con el resultado de un escándalo considerable. Y en el desalojo que ha provocado el último episodio de kale borroka en Barcelona se plantó delante de las puertas de la revista radical La Directa (en la que trabajó) con la excusa de proteger las instalaciones de las cargas de los Mossos. A pocos metros, unos encapuchados prendían fuego a una furgoneta de TV3. Tuvieron el detalle, eso sí, de invitar a los técnicos de la televisión autonómica a abandonar el vehículo antes de convertirlo en un ninot de Fallas.
Tras un par de noches de acción, Fernández, con sus chanclas, su camiseta y su verbo inflamado, se sentaba en su escaño y atendía a la prensa. Preguntado por los sucesos, se despachaba con dos frases antológicas: "Soy un hijo de la desobediencia civil" y "La violencia nunca es una opción, es una imposición". Y hasta hizo un aparte con Mas, que en un arrebato de valor tuvo la osadía de ponerle mala cara, no como cuando Fernàndez firmó la declaración de soberanía y toda la mandanga. Al alcalde Trias y al consejero Espadaler (el de los Mossos) se les veía muy afectados. Debe de ser porque saben que, en el fondo, es culpa suya que Barcelona sea un santuario para los practicantes de la acción directa, los colegas de Fernàndez, comisario político de okupas, antisistema, comecuras, proetarras e independentistas de primera hora, así como ilustrísimo diputado y compañero en el bloque separatista.