Entre las virtudes que asisten a Pedro Sánchez no consta que sea fiel a la palabra dada o que se trate de un tipo de fiar, sincero y sin dobleces. No destaca precisamente el presidente en funciones por su coherencia, sensatez o apego a la verdad. Si está donde está es porque con más malas que buenas artes arrasó a sus muchos enemigos en el PSOE, segó rivales a la altura de la cabeza, aguantó toda clase de puñaladas y las asestó en mayor número, más hondas, con más fuerza y fiereza, sin contemplaciones éticas o morales. Sánchez es un killer, alguien a quien más vale no dar la espalda, un político sin escrúpulos, sin principios y sin más ideología que la descarnada ostentación del poder entendido como una mezcla de manejo del BOE y uso del avión presidencial para actos privados.
Nada hace presagiar que Sánchez no vaya a hacer todo aquello que sea necesario para conservar el poder y específicamente lo que menos convenga a la sociedad, al bien común y a España. No arroja su figura ni su entorno ningún detalle que anime al optimismo. Sánchez pactará con los separatistas y echará la culpa a la derecha y a Ciudadanos de sus cesiones y concesiones a los populistas de la extrema izquierda y a los nacionalistas de la peor ralea en Cataluña y el País Vasco. Se trata del "lo que haga falta" de Miquel Iceta, el líder socialista catalán que señala el camino, España como saldo a subasta entre taifas a mayor gloria de las historias inventadas de la región catalana y las provincias vascongadas, el disparate como política de Estado.
Lo que tampoco era previsible es que en su abyección Sánchez combinara la contemplación de la destrucción de España en Cataluña con el aniquilamiento de las finanzas y la autonomía de Andalucía, sucia, artera y navajera maniobra perpetrada por el Ministerio de Hacienda de María Jesús Montero, quien sabe de qué va la vaina porque fue ella la que dejó el marrón de unas cuentas infectas en su desempeño como consejera del mismo ramo tributario en la Junta de Andalucía. No se puede tener más cara ni comportarse con mayor desahogo en un ataque contra el sistema autonómico en general y los andaluces en particular sin precedentes. Será que Andalucía no es una de las naciones que distingue Iceta.
En síntesis: el Gobierno socialista impide a la Junta financiarse en los mercados y acometer sus política de inversiones y reducción de impuestos con la excusa de que los Presupuestos de 2018 incumplían los objetivos de estabilidad, deuda pública y gasto. Y es cierto, incumplían esos objetivos, como también es cierto que esos presupuestos los hizo María Jesús Montero y los ejecutó en su integridad el Gobierno autonómico socialista de Susana Díaz. Y ahora va el Gobierno de Pedro Sánchez y le casca a la Junta el viaje que le debería meter día sí y día también a la Generalidad por deslealtad institucional y mamoneo financiero para la erradicación del español en las aulas, la difusión del odio a España en los medios públicos y la extensión de la diplomacia catalana con la apertura de embajadas separatistas alrededor del mundo.
No parece que la cosa vaya a mejorar a corto plazo, entre otras razones porque el presidente del PP, Pablo Casado, está muy ocupado en no quitar plano a Mariano Rajoy, mucho más activo en la venta de su libro de lo que fuera en su pasado desempeño como presidente del Gobierno.