
Uno de los productos más depurados de tres décadas de nacionalismo en vena es la Candidatura de Unidad Popular, el grupo antisistema, anticapitalista y antieuropeo que mantiene la investidura de Mas en suspenso. Pero no es esa triple A lo que define a la CUP. La formación es ultranacionalista, al punto de que su Cataluña incluye la Comunidad Valenciana, parte de Aragón, las Islas Baleares y un pedazo de Francia, la Catalunya Nord. De hecho, tal reivindicación es exactamente igual a la de la gran Euskalherria de los batasunos. Y no es casualidad porque Bildu y la CUP son partidos hermanos, colegas fraternales y forman coalición en las elecciones europeas. De modo que Batasuna era el referente de la CUP y ahora la CUP es el referente de todo aquel que quiera dinamitar España.
Antaño sólo se presentaban en las elecciones municipales. Se regían y se rigen por estrictas reglas, tal como la de que no se puede repetir como diputado. Ese factor ejerce una cierta influencia y presión en Antonio Baños, que además no está afiliado a ninguna de las organizaciones que configuran la CUP. Baños es partidario, le acusan, de llegar a un acuerdo con Mas como animal de compañía. También Julià de Jòdar, la voz de la experiencia, estaría a favor de permitir la investidura de Mas. Incluso Benet Salellas, el número uno por Gerona, provincia que de facto ya es independiente, sopesa la posibilidad de ceder a las presiones y no cargar con el muerto de haber liquidado el proceso separatista por una cuestión nominal. Pero están en manos de sus afiliados. No tienen libertad de voto y descartan el tamayazo porque no se la juegan con la federación madrileña del PSOE sino con los socios de los proetarras y herederos de los terroristas de Terra Lliure.
De momento, resisten la brutal presión de los medios nacionalistas. En los digitales del odio a España y en las redes sociales cunde la teoría de que la CUP está infiltrada por el Centro Nacional de Inteligencia, de que el CNI tiene topos en los puestos clave y de que tal cosa es posible porque hasta en la Mesa Nacional de Batasuna se sentaba un Judas Iscariote de los servicios secretos. La guerra sucia, las cloacas del Estado y Anna Gabriel, la del peinado click de Famobil (Nekane o yanomamo, al gusto), como Mata Hari en el papel de La espía que me amó, a las órdenes de Félix Sanz Roldán y de Soraya Sáenz de Santamaría. Fue la décima entrega de la saga de Ian Fleming. Barbara Bach, la esposa de Ringo Starr, interpretaba a la agente soviética Anya Amasova. A Anna Gabriel la llaman la Chunga en ERC y Convergencia.