La izquierda disfraza sus desmanes tratando de que todos asumamos una culpa que solo a ella le corresponde, como suprema pervertidora del orden social. Por ejemplo, para los partidos de izquierda y sus medios afines todos debemos sentirnos culpables de que el cambio climático amenace el futuro de la Humanidad. Si se atreven a difundir ese chantaje emocional con un problema inventado como el coñazo del calentón global, es fácil imaginar la saña con que tratarán de envilecer a sus adversarios cuando ocurren tragedias muy reales, como el asesinato de una joven a manos de un hombre.
Y, sin embargo, si alguien debiera sentirse interpelado profundamente por estos asesinatos cometidos por presos reincidentes son precisamente los políticos que rechazan el endurecimiento de las penas carcelarias para los autores de delitos horrendos, como el asesinado de Laura Luelmo. No quieren cadena perpetua y mucho menos la pena de muerte porque consideran al delincuente una víctima del sistema capitalista y heteropatriarcal que necesita ser reinsertado. Eso sí, que se reinserte lejos de los barrios residenciales donde estos depositarios de la conciencia democrática crían a sus hijos, por si acaso el reinsertado no acierta a distinguir bien entre benefactores y asesinables.
En las redes sociales, que los progres convierten en un vertedero cada vez que ocurre un crimen de estas características, abundan las sentencias de estos jueces del populacho en las que se atribuye la culpa a los grupos que no comulgan con sus mentiras. También están los simples majaderos que, para sublimar vaya usted a saber qué traumas adolescentes, se declaran autores del asesinato de cualquier mujer solo por ser hombres, como si a la alimaña humana que ha cometido el crimen le importara un carajo la opinión de estos feministos descerebrados.
El problema para todos ellos es que cada vez tienen más difícil colar sus mentiras, porque la gente se ha hartado de asumir una culpa inmerecida y de aguantar reprimendas de los que, precisamente, han provocado esa desprotección apabullante de los más débiles.
Yo no soy culpable de que un violador reincidente asesine a una joven durante un permiso penitenciario. En todo caso lo serán quienes defienden que los asesinos culpables de delitos atroces no pueden pudrirse en la cárcel porque eso atenta contra los derechos humanos. Que se aclaren mirándose a un espejo (si pueden), y nos dejen en paz a los demás.