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Pablo Molina

Quince presidentes –y una vicepresidenta– sin piedad

De este cónclave autonómico no pueden salir más que malas noticias para el contribuyente.

De este cónclave autonómico no pueden salir más que malas noticias para el contribuyente.
EFE

La Conferencia de Presidentes es un órgano extraño injertado en el tejido institucional por ZP, un cirujano constitucional frustrado que llegó a la política para reescribir la Historia, descubrir que España no existe, inventar el Estado pluriestatal y nombrar ministra a Leyre Pajín. En el transcurso de esta vasta labor reformista, Zapatero entendió que un encuentro de los presidentes autonómicos con el jefe del Gobierno sería bueno para el diálogo, que en la cosmovisión zapaterina no es un medio para alcanzar objetivos, sino un fin en sí mismo.

Como corresponde a la derecha política, cuando el PP llegó al poder mantuvo escrupulosamente todas las tradiciones sociatas, entre ellas esta Conferencia de Presidentes, convertida en un acontecimiento social de los archimandritas autonómicos sin la presencia del vasco y el catalán, que al creerse primeros ministros de sus propios países no consideran adecuado intervenir en la política interna del Estado vecino; con poner el cazo ya tienen suficiente. Total, que esto es como el encuentro anual del Día de la Fiesta Nacional pero sin "el coñazo del desfile", cosa que agradecen todos los asistentes en mayor o menor medida, comenzando por Mariano.

De este cónclave autonómico no pueden salir más que malas noticias para el contribuyente. Una reunión en la que participan los dirigentes de los engendros autonómicos con voz y voto no puede concluir más que con nuevas medidas de expansión del gasto público y, en consecuencia, un aumento de la presión fiscal.

Los quince presidenticos quieren un nuevo modelo de financiación en el que, por supuesto, salgan todos beneficiados. Como eso es materialmente imposible, porque los recursos del Estado son finitos y las ansias depredadoras de la clase autonómica tienden a infinito, es evidente que Soraya tendrá que hacer un esfuerzo para contentarlos a todos. Rajoy no, porque a Mariano estas cosas –y las demás– le dan exactamente igual. Él se limita a cambiar los expedientes de montón según se van resolviendo por sí solos.

No tienen piedad del contribuyente, y menos ahora, que los peores rigores de la crisis ya son cosa del pasado. Pero es que ni siquiera tras esta tenida autonómica acabarán nuestros males, porque aún queda por arreglar lo de las naciones vecinas, la vasca y la catalana, que ahí siguen esperando su relación bilateral, que opera bajo un mecanismo bien sencillo: una parte pone el dinero y la otra se lo lleva calentito. Y usted y yo sabemos perfectamente en qué parte de la ecuación nos toca figurar.

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