El flamante secretario general del PSOE ha pasado un verano muy mejorable en términos políticos. El primer agosto de su mandato al frente del socialismo de este país ha servido para poner de manifiesto que Sánchez no es, ni mucho menos, una referencia ideológica a la que se preste la debida atención ni siquiera dentro de la izquierda, que ya es poner bajo el listón. El hombre se esfuerza por emitir dictámenes, alumbrar juicios, marcar estrategias y pronunciar mandatos, pero hasta el momento su entusiasmo verbal no ha encontrado el eco adecuado. En otras palabras, no le hace caso ni el tato. Ni siquiera Merkel y Rajoy, a pesar de que Sánchez les leyó la cartilla horas antes de iniciar su peregrinaje por tierras compostelanas para explicarles cómo debían actuar a partir de ese momento y hasta nueva orden.
Para mayor sofoco del pobre Sánchez, mientras la luterana Merkel se abrazaba a la efigie del patrón de España impetrando su protección, el primer ministro de Francia, socialista por supuesto, fumigaba a todo su Gabinete por no defender con el debido ardor sus medidas, ay, de austeridad. La maldita austeridad, el coco con que la izquierda asusta aquí a los niños votantes para que no se le caiga el chiringuito ideológico, es enaltecida como el eje principal de la política económica del socialismo francés para estupefacción de Sánchez y su equipo, defensores irreductibles del despilfarro estatal como remedio de la profunda crisis provocada precisamente por esas mismas medidas adoptadas en su día por ZP.
Pedro Sánchez, progre al fin y al cabo, no repara en las contradicciones que encierran sus voluntariosos mensajes, de manera que es perfectamente capaz de explicar a Europa lo que ha de hacer para acabar con el paro en el continente con la mejor de sus sonrisas. Fundamentalmente, se trata de poner en marcha planes de empleo, es decir, trasladar allende los Pirineos el modelo andaluz de cursos de formación subvencionados, aunque esta vez probablemente haciendo que los beneficiarios justifiquen el destino de la millonada que habría que dilapidar. Así pues, Sánchez no defiende al socialismo andaluz obligado por las circunstancias y para que Susana Díaz no lo descabalgue de la poltrona de un manotazo ¡es que sinceramente cree que es el modelo a seguir!
Desnortado en lo económico y sin criterio en lo político pero feminista radical, militante anticatólico y enemigo irreductible del calentamiento global, Sánchez es un personaje irrelevante al que nadie solvente hace caso y, por tanto, con un futuro esplendoroso al frente del socialismo español, cuyos simpatizantes son los que en última instancia cortan el bacalao. El votante medio de la izquierda quiere un Zapatero con estudios y eso es lo que Sánchez le ofrece, con la virtud añadida de que lo hace con absoluta sinceridad. Normal que en Pablemos anden preocupados.