El espectáculo que el nacionalismo catalán está brindando al mundo entero pone de relieve que su verdadero hecho diferencial es una ausencia prácticamente absoluta de sentido del ridículo. La pretendida superioridad del Homo Indepens Catalaniensis es, en realidad, una reacción psicológica para compensar la vergüenza que la charlotada independentista provocaría en cualquier persona moralmente sana, formada intelectualmente y con ciertas dosis de pudor.
O sea que las tres décadas y media de callada disciplina para forjar una nación de independentistas han culminado en una astracanada colectiva que ya solo defienden fanáticos nivel Charles Manson y los que, directamente, viven del invento, como los altos, medios y bajos cargos de la Gene (© Dolça Catalunya) y sus más de 400 chiringuitos autonómicos.
Una de las peores consecuencias de la intentona golpista de la Gene es que la astracanada se ha convertido en el tema principal de las reuniones familiares y las sobremesas a uno y otro lado del Ebro. Urgen cambiar de tema, o al menos el enfoque que estamos dando al problema catalán, ahora que ha estallado en toda su magnitud. Son ya varias semanas analizando las más complejas cuestiones jurídico-políticas del desafío independentista en el principal foro de debate de nuestro, la barra de bar, y a estas alturas corremos el riesgo de repetir argumentos.
Lo que se impone, llegados a este punto del drama, es asistir cómodamente al rosario de deserciones en el movimiento independentista y celebrar sus momentos estelares, que los habrá, una vez que sus protagonistas comiencen a ver en el horizonte la posibilidad de quedarse sin sueldo oficial junto con un cambio de residencia forzoso a una prisión del "Estado español", como siempre ocurre con los mindundis que voluntariamente se presentan para ser carne de cañón.
Es muy triste que el enemigo de España sea un personaje como el pobre Puigdemont, pero más aún que los españoles estemos dedicando tantas horas a hablar de esta banda lamentable de locoides llorones que, en realidad, solo servirán para renovar el repertorio de chistes de catalanes para las próximas dos décadas.