Como si hubiera sufrido los efectos de una explosión: con la ropa destrozada, chorreando sangre por múltiples heridas abiertas y un cadáver en brazos cubierto por una manta térmica. Así paseó el artista Omar Jerez por el casco viejo de San Sebastián, haciendo escala en los lugares en los que la ETA asesinó a tres personas, dos empresarios y un político, sin evitar en su trayecto las covachuelas donde entonces se celebraban aquellos crímenes y hoy se trata a sus autores como héroes defensores de la paz. También hoy, como entonces, la indiferencia de una sociedad ya irrecuperable para la decencia, cuyos miembros prefirieron mayoritariamente hace décadas ser un rebaño estabulado por el nacionalismo antes que ciudadanos libres dispuestos a vivir con dignidad.
El valor cívico de Jerez es doble porque con su representación ha tallado en mármol la imposibilidad de acceder en el futuro a cualquier chollo oficial. En un país en el que los políticos se pelean por ver quién enriquece más a los trujimanes de la cosa cultureta, esta renuncia irrevocable a la subvención tiene un coste añadido que Omar ha decidido asumir en un gesto prácticamente inédito por estos lares. Ni la izquierda, ni los centro-reformistas (sic) ni, mucho menos, el nacionalismo van a tener compasión de él, pues si hay un consenso arraigado en España es que la cultura es de izquierdas y que nada que cuestione las majaderías nacionalistas debe ser subvencionado, so pena de excomunión democrática.
Si hubiera realizado una performance equidistante, situando en un plano de igualdad moral a las víctimas y a sus verdugos, la Consejería de Cultura del Gobierno vasco le hubiera atizado una cuantiosa subvención y al evento hubieran acudido los medios oficiales y representantes de todos los partidos políticos del terruño, incluida esa parte del PP que en estos nuevos tiempos no quiere ser un factor de crispación. Defender a las víctimas y señalar a los verdugos en el País Vasco, como se ha atrevido a hacer Omar Jerez, es muy mal negocio. Ojalá alcance el éxito que su valentía merece, aunque sea lejos de aquí.