La secretaria general es la única del PP con las ideas claras sobre lo que hay que hacer con Bárcenas; lo que pasa es que los demás no la siguen. Por envidia, claro, no porque piensen que el extesorero pueda airear trapos sucios sobre las finanzas del partido. Porque las cuentas del PP son de un blanco nuclear que una vez estuvo a punto de dañar las retinas de los funcionatas del Tribunal de Cuentas, obligados desde entonces a llevar protecciones de soldador antes de abrir los archivadores con los papeles que les mandan cada año desde la calle Génova.
Pues bien, a pesar de la tranquilidad que sin duda proporciona el haber cumplido escrupulosamente con las pautas contables generalmente aceptadas, en el PP no quieren seguir las indicaciones de Cospedal sobre la necesidad de desatar una guerra sin cuartel contra la barcenada. Y todo para que la presidenta castellano-manchega no destaque más de lo que ya lo hace a diario. Desde que el ministro socialista Múgica preguntó por las cocinas del Tribunal Supremo para dar la bienvenida a la primera magistrada de su historia no se había visto en la política española expresión más zafia de puro machismo.
La segunda de Rajoy es tal vez de las personas que mejor conocen a Bárcenas y su circunstancia, porque fue ella la que sugirió al extesorero ciertos cambios en la intendencia administrativa antes de que se revelara su relación con los gurtélidos y el partido le indicara el camino a la puerta. Con educación, claro, para evitar escenitas dolorosas y esos arranques de despecho tan desaconsejables en política, aunque al PP no le ha servido de nada la cortesía, a tenor de las tres demandas, a cual más acojonante, que el cesado le ha colocado en los tribunales.
Si de ella hubiera dependido, el PP se habría fundido el mes pasado las cuotas de media militancia en honorarios de abogados, para que se liaran a querellazos con los gurtélidos convictos y los barcenófilos confesos. Fue ella la primera que salió a la palestra para anunciar una batería de demandas, y además dando ejemplo y poniéndolas por su cuenta, y es ella la que ha tenido que lidiar con las preguntas obligadas de los periodistas, mientras sus coleguitas hacen como si estuvieran concentrados en asuntos de mayor enjundia.
Cospedal se ha comido el asunto Bárcenas con patatas porque no le han dejado más opción, algo que tiene que agradecer directamente a su jefe, partidario de que las cosas se resuelvan por sí mismas, como aquel otro gallego famoso. Es la jefa del cotarro, pero el otro no la deja mandar, o al menos permite que los subalternos la desobedezcan, de ahí los ridículos continuados que el PP viene protagonizando en los últimos días.
La pachorra de Mariano o el miedo cerval a que salgan otros papeles, pero esta vez devastadores. Elijan ustedes.