La masacre terrorista de Bruselas ha provocado la valerosa reacción instantánea de la clase política europea que, como un sólo hombre, ha proclamado la unidad de todos los demócratas en la lucha contra el terrorismo islamista. En Raqa y Mosul, los bastiones de Oriente Medio donde operan los principales dirigentes del Estado Islámico, la noticia ha debido caer como un mazazo, pero aún no se ha producido la rendición en masa que cabía esperar. Cuestión de días.
En España se ha convocado una reunión de los partidos firmantes del pacto antiyihadista. El yihadismo en nuestro país no concita el compromiso unánime de las fuerzas políticas con la causa de la libertad, pero a cambio es asunto muy observado, no en vano tenemos ahí a un experimentado podemita ejerciendo precisamente el importantísimo papel de observador.
Pero el efecto de estas dos reacciones, a cuál más enérgica, se diluirá con el paso de las horas porque, en el fondo, ningún partido político quiere llevarle la contra a la izquierda en un asunto como el terrorismo islamista, en el que sus archimandritas ya han dictaminado que la culpa de los atentados en suelo europeo es del imperialismo capitalista y de nuestro decadente modo de vida occidental.
Los musulmanes que tratan de modernizar sus países erradicando el fanatismo y que desean un mundo en paz creen, sin embargo, que el radicalismo islamista es la causa principal del terrorismo que ellos mismos sufren en sus carnes. Ahí están los ejemplos de Túnez y, en menor medida, Egipto, dos países que avanzan lentamente hacia la modernidad, convertidos en objetivos estratégicos del Estado Islámico y Al Qaeda (con sus respectivas franquicias locales), en los que no hay semana en que no perpetren una matanza brutal.
Pero los europeos preferimos no significarnos en estas batallas dialécticas, no sea que algún izquierdista con tribuna nos acuse de islamofobia. Lo nuestro es proclamar la unidad de los demócratas y observar el yihadismo con afán de entomólogo. Los musulmanes moderados que quieren vivir en paz con (y en) Occidente deben odiarnos mucho. Al menos les debemos suscitar una gran repugnancia. No se les puede culpar.