Cuando los dirigentes podemitas aparecieron en rueda de prensa la noche de autos y las cámaras de La Sexta (cuáles si no) enfocaron sus rostros, se puso de manifiesto de forma inmediata un hecho asombroso: estos tíos creían sinceramente que iban a ganar las elecciones. Y si no ganaban al PP, daban por descontado que destrozarían al PSOE, castigo liviano para un partido cuyos dirigentes se habían negado (¡negado!) a hacer vicepresidente al líder supremo seis meses atrás.
Los balbuceos de Iglesias ante el micrófono y las caras de funeral de los que le acompañaban confirmaron la sospecha inicial. Estos jóvenes están bastante mal de la cebolla; necesitan una fuerte farmacopea.
En realidad, Iglesias y los suyos han reproducido el drama clásico de los dirigentes comunistas, incapaces de aceptar que sus ideas provoquen un rechazo espontáneo en la población. Entre todos ellos, el único feliz era Alberto Garzón, que gracias a la alianza con los socialdemócratas nórdico-chavistas se ha garantizado cuatro años más en el cotarro, trincando un sueldo inalcanzable para él en cualquier otro ámbito de la actividad humana.
Los comunistas pata negra por un lado y los moderados que sólo querían dar un susto a la casta por otro han provocado un roto de importantes dimensiones en el entramado podemita, diseñado para asaltar el cielo antes de que la mejora de las condiciones objetivas de la superestructura lo hagan imposible. El batacazo ha sido importante en función de las expectativas desatadas, aunque, siendo realistas, es un éxito sin precedentes que un movimiento de pijos totalitarios, yayoflautas, perroflautas, senderistas y liberados sindicales haya obtenido 70 diputados en el parlamento de un país desarrollado.
Cómo serán de nocivos estos personajes y sus compañías, que la gente ha preferido a Mariano Rajoy y a Pedro Sánchez, los grandes enemigos del pueblo soberano. El cortocircuito neuronal entre los Podemitas de Jehová, cuya fe en el advenimiento del mesías de la coleta no admitía réplica, ha sido muy serio y está por ver que no tenga consecuencias irreparables. De momento, ya hablan de pucherazo (¡en 2016!) o de "los putos viejos", a los que les ha dado por votar a Mariano, tal vez porque, precisamente por su edad, sí saben lo que es el comunismo y pasar hambre.
Los podemiers están todavía encerrados en su cuartel general, tratando de averiguar qué ha podido fallar para haberse pegado semejante guarrazo. De la sonrisa de un país hemos pasado al descojone patrio. Es hora de disfrutar.