Los podemitas situaron desde el principio como elemento central de su proyecto totalitario la promesa de expurgar la deuda pública acumulada por los gobernantes de la casta. Desde su etapa perrofláutica, una de las exigencias más jaleadas por las bases de este movimiento ultraizquierdista fue el rechazo del pago de la deuda, que ellos, con su profundidad analítica y su altura moral, consideraran "ilegítima". ¡Se va a enterar la Troika!, amenazaban alegremente, con la irresponsabilidad adolescente que les sigue caracterizando aún hoy, cuando han comenzado, para nuestra desgracia, a tocar poder.
Tsipras iba a marcar el camino, pero el payasete griego hundió la economía del país, arruinó a sus compatriotas, aceptó todas las exigencias de las instituciones europeas con la mejor de sus sonrisas y ha terminado convocando nuevas elecciones, no sin antes destruir también la coalición marxista que le llevó al poder. He ahí el referente de nuestros podemitas. Un ganador nato.
Pero la evidencia de que las recetas que propone la podemidad son la garantía del desastre absoluto no es suficiente para que los analfabetos que dirigen el movimiento renuncien a sus disparates. Sobre la deuda ciudadana, la nuez que vertebra la razón de ser de la podemidad, los dirigentes de Pablemos siguen con la coleta hecha un lío.
Y en estas ha llegado Rita Maestre a poner un poco de orden entre tanto desvarío. La portavoz del Ayuntamiento madrileño no tiene ni idea de economía ni de finanzas internacionales. Lo suyo es escrachar católicos en sostén, pero como la solvencia intelectual en el movimiento podemita no la otorga la condición individual de cada uno sino el puesto que ocupa en la jerarquía, la ciudadana Maestre ha tratado de explicar qué va a pasar con la deuda madrileña y esa auditoría de infarto que llevan meses anunciando.
¿Y qué van a hacer los podemitas con la deuda del Ayuntamiento madrileño? Pues nada, lógicamente. Es decir, pagarla, como es su obligación, porque dirigir el consistorio de la capital de un país desarrollado no es organizar revueltas contra las viejecitas que oran en una capilla apartada.
Sin embargo, es tremendamente divertido, y muy aleccionador para los corticos que todavía confían en estos jovenzuelos fanáticos, ver cómo los líderes podemitas tratan de evitar el reconocimiento de que sus medidas son de una estupidez sin precedentes y, por eso mismo, imposibles de realizar.
Al final, en Madrid y Barcelona tendrán que fijarse en el Kichi, mi ídolo, el único estadista de postín de esta jarca de marxistoides sin desbastar, que convoca un consejo ciudadano por sorteo para decidir si paga o no la deuda de Cádiz, seguramente tirando una moneda trucada: cara, no pagamos; cruz, pagamos. Y a presentar ante el noble pueblo al verdadero responsable de que Podemos no cumpla sus promesas de impago de la deuda: el puto azar.