El eufemismo utilizado por los nacionalistas para su golpecito de estado ha sido el de "desconexión". La imaginación desbordante de los separatistas no va pareja con su estro literario (lacras de la inmersión lingüística), pero precisamente gracias a esa falta de talento estamos ante un proceso político con una denominación que se ajusta perfectamente a la realidad.
Hay que desconectar al resto de España de Cataluña, en efecto, al menos en el terreno económico. La Generalidad catalana es un enfermo terminal que sobrevive dando boqueadas gracias al soporte vital que le proporciona "el resto del Estado" con sus presupuestos. Los dirigentes catalanes, tutores del enfermo, quieren evitarle la agonía y nuestro deber, como responsables del tratamiento, es obedecer su mandato.
Los diputados de la chancla, verdaderos triunfadores de esta astracanada carísima en que se ha convertido la política catalana, no caben en sí de felicidad al verse tan cerca de una desconexión que aislará a Cataluña de las asechanzas del capitalismo. El resto de los diputados separatistas, algo más sensatos, exhiben solo media sonrisa porque saben que la independencia tiene un coste que ellos, por supuesto, están dispuestos... a hacer pagar a los demás. Los convergentes son los que más tranquilos deberían estar porque tienen su dinero fuera de Cataluña, pero con la desconexión se quedan sin el trinque del 3%, la única industria en que la burguesía catalana ha demostrado gran destreza, y cuya pérdida irremediable les tiene bastante deprimidos.
Pero unos y otros han decidido que la solución a sus males comienza con la desconexión de España, a cuyo fin han dado el primer paso en su parlamento regional. Las instituciones del Estado han puesto a funcionar la maquinaria administrativa para detener el golpecito a base de decretos del Gobierno y autos judiciales. Conociendo el magistral uso de los tiempos de Rajoy, el proceso del proceso puede durar meses, pero la desconexión presupuestaria hay que hacerla ya. La inmensa mayoría de los españoles no vemos la hora de que esa desconexión se produzca de manera efectiva; no porque estemos hartos de financiar a la clase política más corrupta y llorica de Europa, sino porque mantener con vida a la Generalidad en estas condiciones sería un gesto de gran crueldad. Por nada del mundo querríamos que al amplio catálogo de acusaciones de los separatistas contra el resto de los españoles añadieran ahora la del encarnizamiento terapéutico.