La llegada de los terroristas del Estado Islámico (EI) a las cercanías de la frontera de Siria con Turquía ha incrementado notablemente el nivel de preocupación de las cancillerías occidentales respecto al desarrollo de la lucha contra el yihadismo en Oriente Medio.
Kobani, localidad siria poblada por kurdos y situada a tiro de piedra de la frontera con Turquía, está viviendo en estos momentos una lucha a muerte entre sus defensores y el Estado Islámico, que ya se ha apoderado de algunos barrios del suroeste. Un miniejército de voluntarios kurdos se defiende en las calles para evitar caer en manos de los terroristas, que ya han comenzado las ejecuciones públicas en las zonas que están bajo su control.
La proximidad de la frontera con un país poderoso como Turquía debería ser un aliciente convertir Kobani en una ciudad inexpugnable para los terroristas islámicos; sin embargo, el hecho de que su población sea mayoritariamente kurda, etnia que mantiene un conflicto territorial con los países de la zona, y la falta de escrúpulos de Erdogan para sacar tajada futuras negociaciones hacen que, precisamente, esa cercanía a Turquía se convierta en una dificultad que quizá sea insuperable.
En efecto, Erdogan está manejando la crisis desatada junto a sus fronteras con la idea de sacar partido a medio plazo. Sin ir más lejos, este martes el presidente turco dejó claro que sólo se involucrará en la batalla contra el EI si EEUU se compromete a otorgar un mayor apoyo militar a los rebeldes que luchan contra Bashar al Asad en Siria. Esta postura ha elevado la tensión entre ambos países, como lo revelan los contactos frecuentes del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, con el primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, para intentar convencerlo de que actúe ya contra los terroristas del EI y deje la guerra contra Asad en manos de Obama.
Uno de los factores que motivan la negativa a ceder a las pretensiones de Erdogan es que, mientras el entrenamiento militar a los rebeldes moderados sirios es una tarea que llevará meses, la vital participación de Turquía en la lucha contra el EI puede materializarse de inmediato. Sin embargo, todo parece indicar que Erdogan va a tensar la cuerda al máximo, aunque ello suponga agravar el sufrimiento de los habitantes de Kobani.
Mientras Turquía y EEUU dirimen en el campo de las negociaciones sus diferencias, la población de Kobani intenta resistir como puede los embates del EI. Los kurdos kobaníes juegan con desventaja, puesto que la única posibilidad de recibir armas y municiones es a través de la frontera turca, bloqueada por el Ejército de Erdogan. La aviación de la coalición internacional ha golpeado algunas posiciones del EI y varios de sus vehículos armados, pero esas acciones son insuficientes para frenar a los terroristas si no se cuenta con hombres sobre el terreno debidamente pertrechados.
Como era de esperar, las manifestaciones a favor de la intervención de Ankara para salvar Kobani ya han comenzado a producirse en diversas ciudades turcas, dejando hasta el momento un saldo de 20 víctimas mortales en enfrentamientos de grupos kurdos con organizaciones de tinte islamista. Pero ni la presión interior ni las acciones diplomáticas internacionales parecen hacer mella en los dirigentes turcos, que han decidido no hacer caso al dramático llamamiento del enviado de la ONU, Steffan de Mistura, para salvar a la población de Kobani del seguro martirio al que se enfrentará en caso de caer en manos del EI.
Tal y como están hoy las cosas, nadie puede asegurar que en unos días no vaya a producirse una auténtica masacre a un kilómetro escaso de la frontera de Turquía, país miembro de la OTAN cuyo máximo dirigente parece dispuesto a jugar sus cartas en el complicado juego político de Oriente Medio aunque eso le cueste la vida de miles de inocentes.
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