Recep Tayyip Erdogan se convirtió el pasado 28 de agosto en el duodécimo presidente turco tras vencer en las elecciones celebradas 18 días antes, las primeras en la historia de la república para elegir directamente al jefe del Estado, hasta entonces prerrogativa del Parlamento. Ante la tumba de Mustafá Kemal Atatürk, en su toma de posesión honró la memoria del fundador de la moderna Turquía diciendo: "Amado Atatürk, asumo el cargo de duodécimo presidente de la República y el primero elegido directamente". Pero a continuación dejó entrever sus intenciones con una frase que bien podría ser su programa político para este primer mandato
Tras tu muerte, el vínculo entre la presidencia y el pueblo quedó debilitado. Creo que el mandato que empiezo hoy servirá para que el pueblo abrace a su presidente y el Estado abrace a su nación.
El islamista Erdogan llega a la Presidencia después de haber sido primer ministro de forma ininterrumpida durante once años. La victoria electoral en 2002 de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), fundado por él mismo un año antes, le llevó a la jefatura del Gobierno, en la que pudo mantenerse todo ese tiempo por sus triunfos electorales de 2007 y 2011. Bajo su dirección política, Turquía ha experimentado un crecimiento económico sin precedentes, tras décadas de progresivo empobrecimiento e inflación desbocada. Pero el indudable éxito económico de los Gobiernos presididos por Erdogan no ha sido suficiente parapeto para evitarle graves acusaciones de autoritarismo que él, con su actitud pública, no parece tener la menor intención de desmentir.
En el verano de 2013, las imágenes de las protestas populares para evitar la ejecución de un plan urbanístico sobre una amplia zona verde de Estambul dieron la vuelta al mundo, con la Plaza Taksim y el Parque Gezi como epicentros de las revueltas ciudadanas, que seguramente iban más allá de la necesidad de mostrar el rechazo a una decisión local. La violencia de la represión, a cargo de la Policía y el Ejército, así como la dureza de las declaraciones del propio Erdogan en aquellos días mostraron que el primer ministro turco no iba a permitir bajo ningún concepto que el descontento de una parte del pueblo pusiera en cuestión su poderío.
Pero fue durante el invierno de ese mismo 2013 cuando Erdogan tuvo que hacer frente a la crisis más importante de sus tres mandatos al frente del Ejecutivo turco.
En el marco de una operación judicial contra la corrupción, decenas de políticos acabaron en los calabozos, algunos de ellos en compañía de sus familiares, acusados de cometer extorsiones y cobrar comisiones ilegales. Los hijos de tres ministros de Erdogan fueron detenidos, acusados de participar en esa vasta trama corrupta diseñada al amparo del AKP. Erdogan desató su furia contra la judicatura y la prensa y clamó que todo era un complot para debilitar su imagen. Sin embargo, a los pocos días tuvo que destituir a casi la mitad de su Gabinete y llenar los huecos con personas ajenas al mayor caso de corrupción política de la historia reciente turca.
Al socaire de ese escándalo, Erdogan no dudó en ordenar el cierre de las redes sociales (expresamente Twitter y Youtube) para evitar que los turcos mostraran por esa vía al resto del mundo su rechazo a su Gobierno, un gesto impropio del primer ministro de un país que pretende homologarse a las democracias europeas y que es socio de la OTAN.
Ya al frente del Estado turco, Erdogan ha anunciado que no piensa limitarse a la funciones protocolarias propias del presidente de la república sino que, lejos de ello, pretende desempeñar un papel fundamental en las decisiones del Gobierno, cuyos consejos de ministros presidirá cada vez que lo estime pertinente. Los límites constitucionales al papel del presidente no van a ser obstáculo para un político que considera el notable apoyo popular del que goza un aval para actuar con ribetes dictatoriales.
En el horizonte a medio plazo aparece el año 2023, fecha en la que se cumplirá el centenario de la creación de la moderna Turquía por Atatürk. Erdogan pretende seguir mandando cuando se produzca la efeméride, y por ello parece dispuesto a cometer cualquier exceso constitucional, aunque eso no haga sino cargar de razones a sus rivales políticos, que ya se refieren a él como el nuevo sultán.
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