Las televisiones izquierdistas, valga la redundancia, agotaron el pasado domingo sus reservas de tila para los tertulianos de progreso encargados de analizar el resultado de las elecciones andaluzas. La noche fue trágica para los archimandritas de la izquierda, sobre todo en La Sexta y Canal Sur (o La Secta y Canal Sur-sana, como también se las conoce), donde se vivieron momentos de una gran angustia vital. Fue un espectáculo maravilloso, qué les voy a contar.
Los dos integrantes de la cuota de socialismo andaluz presentes en el plató de García Ferreras no daban crédito a lo que veían sus ojos: Susana se desplomaba y VOX entraba en el Parlamento andaluz con grupo propio y 12 escaños, esterilizando así cualquier posibilidad de negociar con éxito un Gobierno de izquierdas. Una catástrofe de proporciones bíblicas se cernía sobre el pueblo andaluz, extrañamente abducido por una hidra fascista de tres cabezas.
El drama era evidente, porque los socialistas solo han estado 40 años gobernando Andalucía y no han tenido tiempo material para culminar su proyecto. Ahora que habían dado por fin con la clave para acabar con el paro lacerante y poner a Andalucía a la cabeza de las regiones desarrolladas de Europa, los andaluces van y le muestran a Susana el camino a la puerta, qué fatalidad.
Los analistas próximos al PSOE lamentaban la salida de los socialistas con un argumento asombroso, que solo se entiende si se conoce el funcionamiento interno del socialismo en la Administración pública. Resulta que expulsar a los socialistas de la Junta es malo porque "la gente tiene una relación muy estable con el poder" y "sabe a dónde acudir en cada caso". Efectivamente. Por eso es imprescindible echar a patadas al PSOE y poner en marcha una desinfección radical a través de aquellas "auditorías de infarto" con que en su día amenazaba a sus rivales políticos Alfonso Guerra, joya primigenia del socialismo hispalense.
Pero nada de eso ocurrirá. Llegará un nuevo Gobierno (aún está por ver) y todos los enchufados por el socialismo no solo no se verán afectados por este cambio político, sino que mejorarán sus retribuciones y sus puestos de trabajo. Lo hemos visto en otras comunidades autónomas y no hay razón para que el fenómeno no se repita. Es más, con la etiqueta de fascista que ya han adjudicado a los tres partidos que cuestionan la hegemonía de la izquierda andaluza, los nuevos dirigentes entrarán a la Administración con el deseo de hacerse perdonar una culpa que no por inexistente es menos castradora.
Los socialistas los enchufan y el PP los asciende. Así ha sido siempre y así será también en Andalucía. Pierdan el miedo los enchufados inútiles, asesores sin función, directores de chiringuitos fantasma y comunicadores de ronzal. Todos permanecerán en sus puestos ganando incluso más, para que puedan seguir insultando a placer a los fascistas y a quienes les votan. ¿Alguien quiere apostar?