La izquierda justiciera, promotora directa del enfrentamiento a muerte con todo el que no acepta sus mandatos, está en estos momentos aterrorizada con la mera posibilidad de que un partido conservador llegue al Parlamento. Los medios afines tratan despavoridos de agitar el fantasma ultraderechista y sus periodistas de referencia insultan a los simpatizantes de Vox como porteras hiperventiladas. Están acojonados. Muy bien.
Resulta vergonzoso este espectáculo obsceno de damiselas aterrorizadas por el surgimiento de un partido que pide bajar los impuestos, suprimir las autonomías y acabar con el golpe de Estado separatista, protagonizado por los mismos personajes que llevan años sirviendo de felpudo a la izquierda más zarrapastrosa que ha padecido jamás cualquier país civilizado. Las grandes corporaciones mediáticas han tocado a rebato y sus tertulianos se desgañitan advirtiendo a la humanidad del surgimiento de la ultraderecha en España. Para ellos, un partido cuyos dirigentes han estado vinculados con dictaduras comunistas, que cobran de una tiranía teocrática y piden acabar con los medios privados de comunicación es el oráculo de la ética política y sus mandamases unos prescriptores morales a los que hay que escuchar con la debida consideración. Desde la perspectiva enfermiza y gloriosamente suicida de esta tropa mediática, los que amenazan expresamente con volar el sistema constitucional del 78 no son un peligro para la democracia, sino un pequeño partido sin representación parlamentaria que exige, precisamente, poner fin al golpe de Estado permanente de este Frente Popular.
Los dirigentes de la izquierda bolivariana animaban a sus simpatizantes en campaña electoral con el mensaje "el miedo cambia de bando". Mira por dónde han acabado teniendo razón, solo que, como siempre les ocurre a los comunistas, el resultado es exactamente el contrario del previsto y ahora corretean despavoridos entre las faldas del Wyoming, a ver si consiguen que el boicot generalizado decretado contra Vox surta efecto.
Y lo cierto es que si el partido de Ortega Lara fuera una formación ultraderechista, la estrategia más lógica para la izquierda sería promocionar a Vox en sus televisiones para que la gente vea lo peligroso que es. Al PP le funcionó perfectamente con Podemos. ¿Por qué no lo intentan otra vez?