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Pablo Molina

El juez Castro, contra la mano de Dios

Si el magistrado hubiera aceptado que se grabara la comparecencia, como es habitual en otros casos, el efecto mediático habría sido limitado.

Si el magistrado hubiera aceptado que se grabara la comparecencia, como es habitual en otros casos, el efecto mediático habría sido limitado.

La comparecencia judicial de la infanta Cristina el pasado sábado en los juzgados de Palma de Mallorca se saldó como era de esperar, a pesar de todas las cautelas para preservarla de las miradas de la plebe, con su foto en el banquillo abriendo al día siguiente la portada del diario El Mundo. El juez Castro quizá piense ahora que debió haber ordenado un registro más exhaustivo de todos los asistentes, pero, aunque los hubiera obligado a entrar en la sala de audiencias en paños menores, es poco probable que hubiera podido evitar la difusión de las imágenes que tanto le han molestado. La insistencia del juez en evitar a toda costa las filtraciones ha resultado contraproducente, pues, al lógico interés mediático de ver a la hija del Rey de España declarando por acusaciones de haber cometido graves delitos, la negativa judicial a que se difundieran esas imágenes añadió el aliciente de lo prohibido.

Eduardo Inda, el periodista que destapó el caso Nóos junto a su colega Urreztieta, ha dado a conocer la autoría de la grabación atribuyéndosela a la mano de Dios, la misma que, según Maradona, empujó a las redes el balón en el segundo gol que Argentina le recetó a Inglaterra en el famoso partido del mundial de Méjico 86. El argumento es teológicamente discutible mas periodísticamente impecable, porque a la hora de preservar el anonimato de las fuentes lo mejor invocar a la Providencia, inimputable a efectos jurídicos por motivos más que obvios.

Si el magistrado hubiera aceptado que se grabara la comparecencia, como es habitual en otros casos, el efecto mediático habría sido limitado, porque no hay hada más tedioso que ver un interrogatorio judicial de siete horas y media con la ilustre interrogada negando todo conocimiento de los trinques de su esposo y del origen del dinero con que el matrimonio financiaba su elegante tren de vida. Unas respuestas, las de la infanta Cristina, que, dicho sea de paso, no se cree nadie. Ni Él, por más que Inda asegure que aquel día también estuvo presente en el juzgado.

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