Lo peor que le podría pasar a Blas de Lezo es que el cine español se ocupara de él. En manos de nuestros cineastas más caracterizados, don Blas sería un tirano siniestro a bordo de un barco esclavista, que sublimaría su homosexualidad latente torturando a los indios en la travesía de vuelta a España tras conquistar Canadá. Su segundo, en realidad un transexual con parafilia por las personas con miembros amputados, recordaría en continuos flashbacks los abusos sexuales padecidos en el convento a manos de los lúbricos monjes que lo criaron. Al final de la travesía, D. Blas de Lezo y Olavarrieta le pediría matrimonio y, finalmente, el barco arribaría a puerto con el contramaestre y el arponero en avanzado estado de gestación. Todo ello ante la somnolienta mirada de cualquiera de los Bardem, verdadero signo de distinción que otorga a nuestro cine el marchamo indeleble de español.
Desde luego, la figura histórica de Blas de Lezo no puede ser más cinematográfica. Con los espectaculares avances en efectos especiales, una película biográfica que diera cuenta de sus hazañas al mando de la Armada Española batiría récords de audiencia y sería exportable a otros mercados, no solo a los de habla hispana. A D. Blas lo conocen bien, por ejemplo, en las islas británicas, y una película sobre la vida del marino que sometió en inferioridad apabullante de condiciones al imperio británico despertaría también gran interés en la pérfida Albión.
Pero nuestros cineastas, afortunadamente, no quieren aprovechar este indudable filón, lo cual nos evita el sofoco de que deformen la figura de este singular marino con el prisma atolondrado de un sectarismo atroz. No es una excepción. Si los rojos hubieran protagonizado en la Guerra Civil una hazaña remotamente cercana a la gesta del Alcázar de Toledo, cada año habría una película y dos series de televisión. Como no es así, callan o, peor aún, hacen películas que cuentan la historia como ellos querrían que hubiera sido.
Es muy loable la iniciativa de Santiago Abascal para que la industria del cine se ocupe de Blas de Lezo, pero hay que esperar a que Spielberg, Eastwood o Peter Jackson se interesen por el proyecto. A tenor de la burricie sectaria demostrada por el sector en la última gala de los Goya, es nuestra única opción.