El año pasado organizamos en Málaga la presentación de un libro sobre los cítricos escrito por un periodista murciano. Al acto, modesto y con asistencia únicamente de agricultores, acudió un representante de la Junta de Andalucía que dirigió a los presentes unas palabras, como se hace en esos casos. Lo peculiar es que, en lugar de largarse de prisa y corriendo (era viernes por la noche), se quedó al refrigerio posterior junto con su mujer y permaneció departiendo con los asistentes hasta el final. Los agricultores malagueños allí presentes pudieron esa noche conocer personalmente a este responsable autonómico, hacerle preguntas sobre temas agrarios y contarle sus preocupaciones, todo ello en un clima de gran cordialidad.
El hecho carecería de trascendencia si no fuera porque en cualquier otra comunidad autónoma un acto de esas características y sin medios de comunicación no hubiera contado con presencia institucional. De haber acudido algún dirigente, lo hubiera hecho a la fuerza y en solitario, habría llegado tarde y desaparecido justo un segundo después de terminar su discurso.
Algunos de esos agricultores me contaban que cuando tenían algún problema grave llamaban personalmente al consejero o al director general de turno, que se ponían inmediatamente al aparato. Como, además, la Junta de Andalucía es un entramado administrativo al servicio del PSOE en el que no operan los procedimientos reglados, la capacidad de un alto cargo para tomar decisiones es prácticamente infinita. Total, nadie se va a quejar.
Frente a esta realidad nutricia, de unos políticos que resuelven los problemas de la gente de a pie al primer telefonazo, se alza la de unos señoritos que pasan por los pueblos con su séquito lujoso, sus cazadoras de marca y sus jerséis anudados al cuello pidiendo el voto para cambiar esa forma de gobernar. Justo lo que no quiere el paisano que ha perdido su cosecha por el pedrisco y en una semana tiene ingresada en su cuenta una subvención, aunque el que se la ha proporcionado sea un golfo que ha enchufado a todos sus familiares en la Administración regional.
Esa es una de las razones por las que el cambio político en Andalucía es tarea de titanes. No basta con proporcionar argumentos sólidos a los votantes de las grandes ciudades. Es necesario también convencer al mundo rural. Y ahí La Pesoe no tiene rival.