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Mikel Buesa

Turbulencias

Nos riegan con estudios y encuestas de bajo presupuesto que, más que clarificar, confunden.

De que vivimos en tiempo de mudanza, no cabe la menor duda. Semana tras semana los sociólogos y otros oficiantes del noble arte de la adivinación nos riegan con estudios y encuestas de bajo presupuesto que, más que clarificar, confunden. Y nos dicen que este o el otro partido están en ascenso, mientras se cae el cielo y los que ahora disfrutan del poder parecen abocados al abismo.

Poco importan las exigentes y muchas veces molestas reglas de la investigación estadística, las que hablan de este o aquel tamaño muestral para poblaciones finitas o infinitas según sea el error pretendido, dentro, eso sí, de un intervalo de confianza, no solo para el conjunto global de los ciudadanos, sino también para cada una de las categorías en las que se pretende clasificarlos; o las que señalan el ineludible mandato de que la muestra sea extraída por un procedimiento aleatorio, lo que a su vez remite a la disponibilidad de un censo; poco importa, digo, que esos requerimientos no se cumplan nunca. Y menos aún parece atenderse a las insalvables contradicciones de los resultados. Sus augurios, debidamente aireados por los medios de comunicación, pronto pierden su condición de meras conjeturas, por lo general harto discutibles, al acabar desembocando en el charco del consenso de los analistas. Y si todos lo dicen, ¿quién se atreverá a desafiar su sabiduría teñida de gráficos, fórmulas y ecuaciones? Doctrinas tiene la Iglesia, me recuerdan, como si la virtud teologal de la Fe tuviera algo que ver con todo esto, no dejándome otra salida que la de revelarme ante semejante contradiós.

Pero lo malo no es que yo u otros como yo nos hayamos pasado al bando de los descreídos. Lo malo es que entre los que profesan su fe en los chamanes sociológicos y en sus presagios aparece casi toda la nómina de los políticos que hacen y deshacen en sus respectivos partidos; y que, además, llevados por el vértigo que producen tales profecías, toman decisiones irreversibles sin parar en que sus consecuencias muy probablemente se encuentren sometidas a las leyes del caos determinista y sean, por ello, impredecibles. Esta última semana ha sido pródiga en tales turbulencias, la mayor parte de las cuales tendrán un amplio recorrido y, seguramente, habrá que recordarlas en el futuro cuando llegue el momento de valorar los aciertos y los errores cometidos.

Lo hemos visto claramente en el caso de Tomás Gómez, apartado del liderazgo del PSOE en Madrid tras una decisión del secretario general confusamente explicada, en la que se mezclan las inveteradas animadversiones internas del partido madrileño con las expectativas electorales que auguran un barrido de Podemos entre los votantes de la izquierda. A Pedro Sánchez no le ha importado que su decisión comprometa su propia continuidad si la operación sale gafada, aunque siempre habrá alguna excusa para echarle la culpa a otro, pues en esto del socialismo proliferan los disensos y las puñaladas traperas, como se acaba de poner de manifiesto en Álava, donde pugnan tres corrientes por una minúscula fracción del poder municipal vitoriano. Por cierto, que estos avatares vascos se han manifestado asimismo entre los populares, de manera que Arantza Quiroga ha desbaratado el tinglado electoral donostiarra, con lo que ha logrado poner a la greña entre sí a los vizcaínos, los alaveses y los guipuzcoanos de su partido; y por eso ya no sé muy bien si, al margen de las ideologías, lo propio de mis congéneres, más que sus pretendidas singularidades foralistas, es la periódica resucitación de las luchas de banderizos.

Está también el caso de Convergencia y Unión, donde paradójicamente la divergencia es manifiesta y la disociación no puede ser más notoria, hasta el punto de que, al parecer, en su representación parlamentaria cada quién pertenece a una feligresía diferente. Y qué decir de Podemos, que se prepara para el asalto a los cielos mientras su parroquia se divide entre los oficialistas, cuyo modelo más bien parece una excrecencia del leninismo, y los que apelan a las esencias de la democracia asamblearia, mientras unos u otros, según sea la fortaleza de su fe, abominan de los escándalos financieros de sus dirigentes o los encubren con manifiesta desfachatez apelando a oscuras conspiraciones de los medios de comunicación.

Lo que saldrá de todo esto lo ignoro. Y la verdad es que no encuentro en la proliferación de estudios electorales una guía que me permita entrever lo que de verdad está ocurriendo en este magma español que se parece cada vez más al mundo informe y vacío, cubierto de tinieblas, al que alude el primer capítulo del Génesis. Y no tendremos a un Dios que haga la luz, sino que más bien nos dirigiremos hacia el abismo envueltos hasta el final en vacilación. Pues como escribió hace muchos años, en un premiado artículo, Camilo José Cela,

los resbalosos lances y quiebras de los pueblos desconciertan incluso a las ecuaciones matemáticas y convierten en inseguro nuestro pasado y en incierto nuestro porvenir. Bueno es agradecer a los dioses el que esto sea así tal cual es.

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