Si tuviese que transcribir aquí la retahíla de insultos contra su persona que han escrito mis amigos y conocidos cuando les informé de que usted, señor ministro del Interior, ha premiado por segunda vez a los asesinos de mi hermano Fernando Buesa, no tendría espacio suficiente en este artículo para hacerlo.
Porque, en efecto, usted le sacó del módulo de cumplimiento del primer grado penitenciario, para hacerle la vida más cómoda, a ese asesino en serie llamado Francisco Javier García Gaztelu —una de cuyas múltiples hazañas, al parecer tan admiradas en su oficina, fue la de ordenar, como jefe de ETA, la muerte de mi hermano— y ahora ha ascendido al segundo grado, con traslado incluido a una cárcel cercana al País Vasco, a Luís Mariñelarena —el ejecutor material de ese mandato, haciendo estallar el coche bomba que dejó desmembrado su cadáver y que también mató al ertzaina Jorge Díez Elorza—. Y porque, además, para más inri, tiene usted, señor ministro, la desfachatez de ordenar a su servicio de prensa la difusión de un embuste, para mí tan notorio y ofensivo, como el de que el tal Mariñelarena "rechaza la violencia, reconoce el dolor y sufrimiento causado a las víctimas y se compromete con su reparación".
Sólo por esta falacia merecería usted que yo, tomándome la libertad de usar las mismas palabras que empleó hace más de tres lustros el gran dramaturgo español Albert Boadella para responder al agravio que le infligió el alcalde de Bellpuig, le dijera "sin hostilidad ni ironía, pero con serenidad y también con íntima satisfacción: váyase concretamente a la mierda". Pero no lo haré, como tampoco enunciaré la referida sarta de insultos que mis allegados han formulado—aunque todos ellos sean merecidos— porque no quisiera involucrar al medio que me acoge en una querella por injurias interpuesta por una persona de tan baja ralea como la suya. Dese usted por merecidamente calificado por quienes conocen las palabras más soeces del diccionario.
Por mi parte añadiré, señor Grande Marlasca, que es usted un enemigo de la libertad y que su política huele peor que la "gusanera del escroto de Lutero" —como diría el jerarca católico que, en su momento, en La caza salvaje, citó Jon Juaristi para adjetivar a otro individuo de su misma condición—. Un traidor a su patria y, sobre todo, a las ideas que lo encumbraron. Porque, sepa usted, que a quienes ahora desprecia —a las víctimas de quienes usted lleva todo su mandato promocionando al ejercer su autoridad carcelaria, olvidando y dando por válido su pasado criminal en una organización terrorista como ETA— fueron luchadores por la Libertad —esa libertad que hay que escribir con mayúscula porque encarna el valor más acendrado, el más profundo y apreciado por los seres humanos, por encima de todos los demás valores—. Desde luego, mi hermano lo fue porque, como reza el epitafio que enaltece su memoria, "defendió la libertad de todos con la palabra"; y con él, otros muchos a los que se les arrebató la vida porque no quisieron doblegarse ante el totalitarismo violento de sus asesinos.
Sí, verdaderamente es usted un enemigo de la Libertad cuando excusa a éstos de asumir, olvidando el Derecho, el alcance penal de las consecuencias de sus actos; cuando por espurios intereses políticos los cubre con un manto de mentira y olvido; cuando deja abandonados a su suerte, desamparados de la justicia y la razón, a los deudos que aún lloran por las vidas arrebatadas, por la indiferencia y el desprecio ante el sufrimiento de los muertos. Como enemigo de la Libertad será usted reconocido por la Historia de este país nuestro, tan sufrido y tan vilipendiado por gobernantes que, como usted, en la búsqueda de su medro personal, pierden la rectitud y el sentido de la decencia.