Aunque hayan pasado casi inadvertidas en los medios, las recientes declaraciones del ministro del Interior a la agencia EFE acerca de ETA y sus presos merecen un comentario. Fernández Díaz ha señalado que "se está produciendo una división en el conjunto de la población penitenciaria etarra" y que tal acontecimiento pone de manifiesto que el Estado ha derrotado a ETA. Más aún, ha subrayado que "nuestro trabajo es que esto quede cerrado y bien cerrado", para añadir inmediatamente que la verdad histórica es que esa organización no ha conseguido imponer su proyecto totalitario. Se diría que el ministro trata de reivindicarse a sí mismo, antes de pasar a la nómina de los cesantes, como si su trabajo al frente de Interior hubiese sido crucial para llegar a tal resultado.
Sin embargo, cabe dudar tanto de la tesis –que ETA haya sido derrotada, al menos en el terreno político– como del papel del ministro para dejar el asunto zanjado. De que ETA ha abandonado el terrorismo no cabe la menor duda; y es probable también que tal renuncia sea irreversible. Por tanto, puede aceptarse que esa organización armada ha sido vencida en el terreno militar; pero de ello no se colige que esté políticamente acabada. De hecho, sus dirigentes no han dado un solo paso para disolverla y, menos aún, para reconocer que su abatimiento deja sin sentido el medio siglo de violencia que ha protagonizado. Aún más, su viejo partido –Herri Batasuna– ha resurgido de sus cenizas a través de Sortu y la coalición electoral Bildu, y ocupa una amplia zona de representación en las instituciones, sin que se discuta su inserción en el sistema político. Como ejemplo significativo de ello, baste señalar que, aunque su actual presidente ha reconocido ser miembro de ETA en la sala penal del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, a nadie se le ha ocurrido invocar la Ley de Partidos para expulsarlo. Es claro, por tanto, que en el ámbito político ETA sigue viva.
Vayamos ahora con el papel del ministro Fernández Díaz en este asunto. Los lectores recordarán que se estrenó en el cargo con una insólita, larga y secreta conversación con Zapatero, tras de la cual revalidó la política que había diseñado su predecesor, Alfredo Pérez Rubalcaba, y que había conducido al final de la lucha armada. Fernández Díaz no añadió una sola coma a aquel diseño, cuyas dos patas fundamentales estaban en la eficaz represión policial de la banda armada –sustentada, a su vez, sobre un intenso trabajo interno y una amplia cooperación exterior, en especial con Francia– y en la vía Nanclares para dar una salida a los etarras arrepentidos. Esta última exhibía unos resultados mediocres, para nada significativos, pues su diseño era muy deficiente; y pese a ello fue relanzada a bombo y platillo por el ministro del PP, sin que causara la menor conmoción en las prisiones que albergan a los militantes de ETA.
De lo que Fernández Díaz no era consciente –y seguramente sigue sin serlo– es de que aquel diseño de Rubalcaba respondía al planteamiento teórico del Pacto de Ajuria Enea y que, consecuentemente con ello, la derrota policial de ETA –lograda por el ministro socialista– creaba las condiciones para el final dialogado que tal acuerdo establecía. Un final dialogado cuyos términos, aunque nunca explicitados, todo el mundo tenía claros: paz y entrega de las armas a cambio de magnanimidad para los presos y exiliados de la organización terrorista. Sin embargo, el Gobierno del PP no podía llegar a este punto, pues su horizonte doctrinal se había desplazado hacia el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo que había suscrito Aznar –lo que exigía la derrota política de ETA– y sus votantes no entenderían nunca que se retrocediera hacia las posiciones previas. Está claro, por tanto, que el ministro Fernández Díaz se equivocó al dar por válida la política de Rubalcaba. Y como resultado ha llegado a la nada.
La nada es que ETA siga siendo invocada por la izquierda radical vasca, que su papel siga siendo valorado positivamente, que sus víctimas no hayan encontrado el consuelo moral, que haya aún más de trescientos crímenes sin resolver y que, en el mejor de los casos, el asunto del terrorismo pase a un plano ignoto en la idea de que el agua pasada ya no mueve molino. Las víctimas, como dijo una vez Camus, se fastidian y eso es todo.
Por eso no podemos dar por válida la afirmación del ministro Fernández Díaz acerca de la derrota de ETA por parte del Estado. No podemos aceptar que el ministro Fernández Díaz se construya un pedestal de falsedad para intentar pasar a la pequeña historia del terrorismo en el País Vasco como el que, finalmente, dejó zanjado el asunto, porque el asunto está ahí, de momento agazapado, a la espera de tiempos mejores para quienes quisieron cambiar la historia y sólo consiguieron sembrarla de muerte y destrucción.