El hecho de que la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid haya descubierto irregularidades al auditar a la Fundación de la Universidad Complutense, no me ha sorprendido lo más mínimo y creo que no lo habrá hecho a cualquiera que conozca de primera mano la gestión del Rector Berzosa durante sus dos mandatos en esa institución.
Durante una parte de ellos, fui elegido por mis compañeros para representarles en el Consejo de Gobierno de la UCM y tuve ocasión de formar parte de su Comisión Económica. Allí insistí en numerosas ocasiones en que la deriva económica de la Complutense llevaba al colapso y en que era necesario modificar radicalmente los fundamentos de la gestión del Rector Berzosa. Es cierto que tuve poca fortuna, principalmente porque en esos órganos de gobierno se ventilan los intereses de las distintas Facultades y de sus Decanos, y se atiende muy poco a los problemas de carácter general. Pero al menos, puedo decir que, en lo que me atañe, no dejé que estos pasaran sin el debido análisis y comentario en intervenciones que sin duda resultaron molestas para el rector, pero que finalmente acabaron siendo acertadas.
En todos los ejercicios en los que formé parte del Consejo de Gobierno, las cuentas de la Complutense llegaron llenas de salvedades en los informes de auditoría. Éstas no eran menores sino que se referían a cuestiones muy relevantes. Recuerdo que, en mi última actuación sobre esta materia le advertí al Rector Berzosa que, siguiendo los criterios contables que los auditores traían a colación en su informe, el déficit de la Universidad pasaba de los dos o tres millones de euros que figuraban en sus cuentas a más de cuarenta.
Lo que estaba en cuestión es que la Universidad estaba financiando una parte de sus gastos corrientes con las aportaciones de los proyectos de investigación, los créditos para becas y otras partidas menores que, por su carácter finalista, sólo se pueden incorporar al presupuesto en el momento en el que los investigadores realizan los gastos de sus laboratorios o en el que los estudiantes perciben sus becas. Y, de paso, se le estaba creando un problema financiero a la Fundación UCM, gestora de la mayor parte de dichos proyectos, porque una vez usadas como tesorería corriente aquellas aportaciones, el dinero se había volatilizado y no podía ponerse a disposición de los investigadores.
No es extraño que el rector Berzosa acabara su último mandato con graves problemas de tesorería y con unas deudas acumuladas que, según las estimaciones más modestas que se han publicado, alcanzan un tamaño equivalente a la cuarta parte del presupuesto anual de la Universidad Complutense. Y no sorprende tampoco que, por la conexión financiera que existe entre la Universidad y su Fundación, ésta haya visto contaminadas sus cuentas. Ahora, el órgano fiscalizador de la Comunidad de Madrid señala también que ve irregularidades al auditarlas y que no encuentra justificación para un gasto cercano a los quince millones de euros.
Las responsabilidades del caso, si las hay, habrá que depurarlas en los órganos jurisdiccionales correspondientes y no seré yo el que las juzgue. Pero más allá de ellas, lo que me parece también urgente es ahormar la gestión económica de las universidades para evitar que este tipo de problemas vuelvan a aparecer en el futuro. Porque no hay que olvidar que algunos rectores tienen la tendencia a confundir la autonomía de la Universidad —que no es otra que la de la Ciencia— con la suya propia. En más de una ocasión le oí decir a Berzosa: "yo soy autónomo". Espero y deseo que, en los años que aún me quedan de vida académica, una expresión así no vuelva a estar en boca de un rector.
El Sr. Buesa Blanco es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid.