Ya está próximo el comienzo de la primavera y los mosquitos Phlebotomus volverán a la actividad y a transmitir las Leishmanias, la Leishmaniosis es una zoonosis que se difunde con su picadura. Nuestros amigos los perros volverán a estar en peligro.
Teniendo en cuenta que se trata de una enfermedad grave e incurable en la especie canina es necesario advertir sobre las medidas de prevención estacionales, que son relativamente sencillas. Incurable no quiere decir mortal, ya que con los tratamientos veterinarios adecuados un alto porcentaje de perros enfermos se convierte en crónico y sobrevive hasta edad muy avanzada.
El agente infeccioso es un parásito del grupo de los protozoarios que se multiplica en zonas como los estercoleros húmedos, los barrizales y las aguas estancadas; allí se crían también las larvas de los Phlebotomus, que actuarán de agente intermediario almacenando el patógeno en su buche hasta inocularlo por picadura en un animal mamífero, que suele ser el perro, el conejo o la liebre, pero también excepcionalmente el gato, y el hombre, en países endémicos como India, Nepal, Brasil y Sudán.
Hasta hace pocas décadas esta enfermedad se consideraba en España como tropical y rara, pero en las últimas décadas del Siglo XX comenzó a ser cada vez más frecuente en la cuenca mediterránea y en particular en el Sur de la Península y el Archipiélago balear.
Desde el momento de la progresión de la enfermedad ésta se convirtió en una pesadilla para los propietarios de perros que viven en las zonas afectadas, muriendo muchos ejemplares antes de que se estableciera la costumbre de acudir a la consulta del veterinario tan pronto como se detectaran los primeros signos, que a continuación recordaremos.
Signos de la enfermedad en los perros afectados
Algunos de los síntomas alarmantes iniciales tras haber sufrido el perro la picadura del Phlebotomo infectado por Leishmania se refieren a debilidad general y pérdida de actividad, pero pronto aparecen otros más significativos como la depilación de zonas como las patas, el vientre, la punta de las orejas y el rostro; el crecimiento desmesurado de las uñas es otro de los signos delatores del contagio.
Son frecuentes las hemorragias nasales, casi siempre copiosas, debidas a la fragilidad de los epitelios internos de la nariz ante el ataque del parásito. Suele ser este signo tan alarmante la causa de la primera visita al veterinario, habiendo pasado desapercibidos para el dueño los signos cutáneos o las depilaciones que hemos descrito.
La enfermedad y su tratamiento
Cuando el perro resulta infectado a través de la picadura, comienza en su sangre la lucha contra el parásito por medio de los dos componentes clásicos del sistema inmunitario: los anticuerpos y las células defensivas; lamentablemente los primeros no son suficientemente eficaces y no solo no consiguen detener el avance de la enfermedad sino que se acumulan y se convierten en parte del problema. Los sistemas de defensa celular son mejores, aunque tampoco definitivos.
Diversas vísceras resultan afectadas cuando la parasitosis va progresando, particularmente el hígado y el bazo. Algunos perros pueden convertirse en enfermos crónicos y aunque sobreviven con las actividades orgánicas más o menos afectadas no dejan de seguir siendo potenciales reservorios de Leishmania, pero no la transmiten de perro a perro ya que la infección se debe necesariamente a la picadura.
Hagamos salvedad de la posible trasmisión a través de transfusiones de sangre entre canes, lo cual es muy improbable por desarrollarse este proceso con intervención del veterinario.
Tan pronto como dicho veterinario se encuentra ante un perro infectado realiza los pertinentes análisis de sangre no solo para saber si existe la infección sino para determinar su “título”. Que es como se designa la intensidad, es decir, la cantidad de protozoos en el líquido sanguíneo.
En función de tal intensidad se determinará el tratamiento por medio de diversos productos veterinarios: los primeros consistían en inyecciones de derivados de antimonio, y en la actualidad diversas combinaciones de fármacos entre los que figura el alopurinol empleado en los humanos para la lucha contra la hiperuricosis y su consecuencia: la enfermedad gotosa.
En los últimos años han comenzado a salir al mercado algunas vacunas para proteger a los perros; en este sentido depositamos grandes esperanzas en la española, recientemente aprobada en Europa, debida al biólogo Dr. Vicente Larraga, al que entrevistamos recientemente en “La mañana del fin de semana”, en aquel caso como consecuencia de sus prometedores trabajos en búsqueda de una vacuna contra la Covid humana.
La prevención es lo más importante
Prevenir mejor que curar y en este caso nunca mejor dicho ya que el Phlebotomo presenta muchos puntos débiles que podemos atacar con facilidad. El mercado de productos para animales de compañía nos ofrece collares, pipetas, champús y espumas limpiadores con insecticidas adecuados para repeler a los mosquitos en vuelo.
También son interesantes los protectores basados en insecticidas naturales procedentes del reino vegetal, como el geraniol, el aceite de lavandino o la margosa. Disponemos de una amplia batería antimosquitos y solo se trata de no descuidar la protección del perro cuando pasea o cuando duerme.
Las mallas mosquiteras para proteger las ventanas de las estancias bajas deben tener calibre muy fino para evitar que los Phlebotomos las traspasen; por si alguno lo consiguiera, no hay que olvidar las lámparas de luces atractivas para los mosquitos que resultan electrocutados al entrar en contacto con sus filamentos.
La autonomía de vuelo de los transmisores, desde que nacen hasta que mueren, no suele sobrepasar los cien metros o a lo sumo los ciento cincuenta; esto explica que en algunas urbanizaciones se produzcan contagios en un grupo de casas y no en las colindantes.
Tampoco alcanzan alturas superiores a dos o tres metros estos dípteros transmisores, por eso es necesario extremar las precauciones en garajes o exteriores y por eso son especialmente afectados los perros que duermen a la intemperie.
La enfermedad en el hombre
Sobre este punto especialmente importante y del que hablaremos en un artículo próximo conviene destacar que no es posible la transmisión directa a través de nuestro perro y que podemos acariciar sin peligro a un perrillo infectado. Es también a nosotros la picadura del Phlebotomo el mecanismo que puede transmitirnos la enfermedad.
Recordemos finalmente que no es únicamente el perro quien actúa como reservorio de los parásitos. Como consecuencia de una aparición de Leishmaniosis humana aparecida en el sur de la Comunidad de Madrid el año 2009 se realizaron ingentes trabajos sanitarios y de investigación que demostraron que en este caso particular los Phlebotomus se inoculaban al picar a animales silvestres de la familia de los lepóridos, como conejos y sobre todo liebres.
No nos descuidemos ante una enfermedad que no solo afecta al perro, y que siendo endémica para los humanos en India, Sudán y Brasil principalmente, ha avanzado en las últimas décadas por la Cuenca Mediterránea.